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El parque aparenta 100 años

Olvidos, descuidos, gamberradas y deterioros se ceban con el María Luisa, avejentado y sin el lustre que cobró durante la última década.

el 26 ago 2014 / 09:00 h.

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Los desperfectos en el empedrado reciben al visitante nada más entrar en la Plaza de España. Los desperfectos en el empedrado reciben al visitante nada más entrar en la Plaza de España.

Un enorme pato se pasea bravucón, con la cabeza erguida y andares de rapero, por un camino terrizo de la Isleta de los Pájaros. Es tempranísimo, hace fresco aún para meterse en el agua y no lo arredra el que venga un humano en sentido contrario. Desde debajo de un arbusto cercano, sus crías lo avisan del peligro a graznido pelado, y hacen bien: ser pato tiene sus riesgos en el Parque de María Luisa, véase el que preside la Fuente de las Ranas: a ese le han amputado el pico y ahora, más que ser un delicado surtidor que apunta al cielo con su hermoso chorrillo de agua, parece que esté el pobre haciendo gárgaras.

Son las cosas de Sevilla: no es que el parque esté hecho polvo, ni mucho menos: es solo que sufre la apabullante falta de cariño y de ternura que el vecindario en su conjunto se gasta con aquello que más debería cuidar (y que encima le da dinero, porque todo esto acaba siendo asunto turístico, el gran motor de la economía local). Añádasele a eso la falta de dinero para arreglos y se obtendrá el panorama general de este recinto centenario: un paraje envejecido, salpicado de mataduras y cicatrices, y en el que poco a poco se va desgastando todo cuanto se ha hecho en los últimos tiempos para darle mayor esplendor, desde la reposición de la cerámica hasta el Monte Gurugú, pasando por los baches, los destrozos y los descuidos.

Una especie de huella de dinosaurio recibe al turista y al paisano nada más poner los pies en el empedrado de la Plaza de España. El mismo soberbio lugar donde los esfuerzos por mantener y restaurar los bancos de cerámica de las provincias (y más después de una profunda restauración del lugar que culminó en octubre de 2010 tras una inversión de nueve millones de euros) no logran evitar la realidad: que mientras casi la mitad de la bancada, desde Álava a Canarias, desde la Torre Norte a la Puerta de Aragón, aguarda al otro lado de unas vallas su reapertura al público después de una exquisita restauración (el sol es el vándalo por excelencia en Sevilla), por el costado contrario se van soltando los azulejos, como se puede ver en Segovia. Detalles que no son un problema cuando hay presupuesto suficiente para mantenimiento, pero que en las condiciones actuales de ajustes extremos pueden acabar constituyendo un serio problema si no se atajan.

No es ninguna broma: el Parque de María Luisa está perdiendo sus mejores logros de los últimos tiempos, caso del itinerario botánico. Era una de las grandes ideas que embellecieron el lugar en la última década; un mapa que ubicaba los ejemplares más notables de las distintas especies del recinto, así como paneles explicativos delante de cada una de ellas con la ficha científica, características y propiedades, de lo cual solo queda hoy en día una parte de esos rótulos, en la mayoría de los casos llamativamente sucios, desvaídos por la luz o pintarrajeados por los gamberros.

También se crearon cuatro Rutas Misteriosas hoy desaparecidas para los paseantes, a base de  preguntas y guiños al sevillano y confeccionadas a modo de pequeñas gymkhanas individuales: Secretos del María Luisa (encontrar espacios peculiares del lugar e identificar algunos de sus elementos por su geometría, simbología, curiosidades); Paraíso Botánico (buscar paneles informativos de especies vegetales características y descubrir sus peculiaridades); Homenaje a la historia (identificar lugares emblemáticos relacionados con personajes o acontecimientos de la historia local); y Enigmas del María Luisa (a partir de una primera pista, encontrar una serie sucesiva de indicios para completar el circuito). Todo eso se esfumó.

Se puso en marcha también, en aquellos años dorados anteriores a la crisis, la Hemeroteca Efímera para que quienes quisieran fuesen allí a leer gratis los periódicos. El Ayuntamiento estableció un servicio de préstamo de juegos de mesa (ajedrez, damas, backgammon y mancala). Y se creó una biblioteca de préstamos gratuitos con obras usadas que llegó a tener incluso sus propias ediciones de colecciones de relatos (unas obras extraordinarias seleccionadas con un criterio exquisito), pero todo eso pasó a mejor vida: la oficina de los guardas de la Glorieta de Luca de Tena, donde se custodiaban todos estos bienes y se administraban todos estos servicios, lleva meses cerrada.

Habrá quienes sostengan que al fin y al cabo tampoco se ha perdido tanto: el Parque deMaría Luisa está bonito y las tórtolas siguen cantándole a Bécquer, y todo eso. Es de esperar que a estas personas no se les presente repentinamente la necesidad de usar los servicios públicos, porque los dos modernísimos que se encuentran en la confluencia de las avenidas de Isabel la Católica y Rodríguez Caso (es decir, los de enfrente de la Plaza de España) llevan también meses cerrados (un mal que comparten otros de su especie repartidos por toda la Sevilla antigua, desde el Paseo de Colón hasta la Plaza del Duque).

Pero donde de verdad se manifiesta el deterioro es en la obviedad de las calzadas, en las que no hay engaño. En la Avenida de Pizarro, una de las dos hermosas arterias que cruzan longitudinalmente este vergel tan romántico, tan regionalista y tan Montpensier, los baches en el asfalto son de pronóstico reservado. En particular, por la zona más cercana a las praderitas de césped que dan al Paseo de las Delicias, que son esas donde los desaprensivos sueltan a sus perrazos para que echen a correr, aprovechando que nadie les dice nada. Las pintadas en las terrazas del primer piso de la Plaza de España, en el Monte Gurugú, donde sea, completan el catálogo provisional de lágrimas por un parque emblemático que merece mejor suerte, y que se encuentra en el peligroso punto intermedio entre lo prodigioso y lo decadente. Acaba de cumplir cien años. Y no aparenta ni uno menos.

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