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El sueño de La Candela

Lucía Martínez creó hace cinco años un modesto refugio para acoger a animales abandonados. Ahora, deja Carmona para crear un auténtico santuario donde múltiples especies encontrarán el confort tras años de penurias.

el 16 ago 2014 / 21:33 h.

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16022310Asegura Lucía Martínez que «se puede vivir con muy poco dinero, a veces hasta con ninguno». Ella lo sabe bien. Lo experimentó tras acabar sus estudios de Trabajo social.Cortó su cordón umbilical y se fue a ver el mundo con lo puesto. Hoy sin embargo, no se imagina en otro lado que no sea junto a sus 80 animales. En honor a la verdad, la mayoría no son suyos, o lo son sólo circunstancialmente hasta que encuentren un hogar aún mejor que el que ella les puede dar. Hace cinco años, tras múltiples experiencias como defensora de los animales, decidió dar vida al Refugio La Candela, en algún lugar entre Mairena del Alcor yCarmona. Un lugar que pronto será historia, un punto y seguido para seguir escribiendo un relato todavía más hermoso. «Nunca hemos recibido una sola ayuda de las administraciones públicas; tampoco nos apoyó el Ayuntamiento de Carmona», reconoce Lucía.Por eso y por una inoportuna denuncia que, a su juicio, «esconde un puro interés especulativo por el suelo», ella, los voluntarios y los animales han de hacer las maletas. Por delante tienen 100 kilómetros hasta las estribaciones del puebloCabeza la Vaca, en Badajoz, aunque tan cerca de la frontera de Sevilla que casi podríamos confundirnos. «Tras unos principios difíciles mis padres han entendido que mi vida son ellos, que no concibo la existencia sin ayudarles», dice. ¿Y qué papel juegan estos inesperados actores? El habitual en todo relato paternofilial. «Ellos han ampliado la hipoteca y hemos comprado un terreno, cinco preciosas hectáreas llenas de pasto, encinas y un riachuelo en el que los animales que acojamos podrán ser felices», reconoce emocionada. Pero el suyo no será un refugio al uso. Lo que le ha dado no pocos quebraderos de cabeza. «Desde que comencé a ayudar a perros y gatos supe que quería tender mi mano a otras especies, por eso La Candela será a partir de ahora un santuario en el que convivirán múltiples animales», dice. Ya lo hacen de hecho; aves, cerdos y conejos comparten su espacio en la antigua protectora con el resto de habitantes. «Soy vegana y aplicando esta filosofía de vida, no podemos hacer excepciones en cuanto a los animales a los que tendemos la mano», argumenta. Este posicionamiento, que no es inédito (en España existen ya una decena de santuarios de ideología fundacional similar), ha conllevado algunos roces entre compañeros que «miran a los perros de una manera y a los cerdos, de otra». «Pero no pienso retroceder nada», adelanta. Y redundando en ello, la semana pasada se organizó una «cadena solidaria» que permitió que Lola y Betty, dos inmensas cerdas vietnamitas, llegaran desde Almería hasta La Candela. «Estaban en muy mal estado, llenas de pulgas y garrapatas, tras vivir en malas condiciones en una granja urbana. Su destino era ser sacrificadas», detalla mientras, a pocos metros, una voluntaria limpia y acaricia a Lola mientras le canta algo en francés. «Sus dueños eran franceses y a ella le relaja oír el idioma», puntualiza. A un primer golpe de vista, en La Candela (en la de ahora de Sevilla y en la inmediatamente futura de la vecina Extremadura) los animales están sueltos. «No creo que sea bueno tener a los perros enjaulados. Algunos, mientras esperan a ser adoptados pueden pasarse años aquí, y no es justo para ellos porque un perro precisa algo más que comida y un techo para ser medianamente feliz», comenta. Por eso hasta siete manadas conviven en el lugar; todas armónicamente configuradas, de hecho al visitante le sorprenderá la tranquilidad que respira el ambiente, sin apenas ladridos. «Crearlas conlleva un trabajo inmenso, lo dificulta todo más, pero es positivo», detalla Lucía, quien vive por y para la Candela, nombre de un hogar que lo es también ahora de su hija de tres años. «Los voluntarios son vitales porque todas las manos son pocas pero tiene que haber alguien que dé la cara en todo momento, una persona que viva para ellos, esa soy yo», confiesa. Porque en toda pasión solidaria hay una parte fea. «El drama de vivir en una sociedad que no respeta a los animales, que los considera algo diferente cuando sienten como nosotros». Y el drama mundano, compartido por toda la humanidad, de tener que pagar las facturas. «Los 1.500 kilos de pienso al mes que damos, sin contar toda la fruta y verdura que precisamos, sube la cuenta a 1.200 euros», explica. A ello hay que sumar los «generosos gastos veterinarios, el pago de los terrenos, los materiales que hacen falta y un largo etcétera». «Por eso nunca nos cansaremos de pedir apoyo, en la forma en la que este quiera venir, ya sean manos para trabajar en el campo, voluntarios que difundan nuestros animales en la red o donaciones», indica. Desde un euro al mes, «porque lugares así se hacen con el esfuerzo de mucha buena gente». En el futuro cercano espera poder acoger a simpatizantes en el santuario al que se trasladarán definitivamente en un par de meses. Porque se respira algo muy familiar tras la puerta. «Cada vez somos más, una aventura como esta hace años era impensable, ahora no estamos solos». El sueño de Lucía Martínez se remonta a su infancia. Hoy tiene un nombre y un espacio concreto. Y casi un centenar de vidas compartiéndolo con ella. «Ayudarnos está al alcance de todos», concluye.

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