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El último bufón

el 03 mar 2013 / 22:56 h.

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Rafael Álvarez El Brujo, en uno de las escenas en Las Mujeres de Shakespeare.

Las mujeres de Shakespeare ****
Teatro: Lope de Vega. Dirección e interpretación:Rafael Álvarez El Brujo


Dos atriles, un violinista y unos candelabros. Es lo único que Rafael Álvarez, El Brujo necesita para encandilar al público con ese personaje, a caballo entre el bufón y el cómico contemporáneo, con el que se enfrenta a los textos clásicos desde hace décadas. Este singular cómico se sirve de ellos para transmitirnos sin reserva el espíritu de la comedia, esto es, ejercer la crítica riéndose, como hacía el bufón de las cortes medievales, de los fallos de los poderosos. Y todo mientras cumple uno de los fines del teatro que define en esta obra: "purificar y reconciliar a los hombres mostrándoles su reflejo revestido de poesía y trascendencia".

El Brujo recurre esta vez a la obra de Shakespeare y sus personajes femeninos porque, según admitió, frente al narcisismo básico del personaje masculino, las mujeres que habitan en sus obras presentan una mayor sabiduría y perspicacia. Para demostrarlo se inspira en los escritos de uno de los investigadores más rigurosos de la obra de Shakespeare, Harold Bloom. Al igual que en el resto de sus obras, los textos y personajes clásicos no son más que el pretexto para que El Brujo cumpla con su papel de bufón, haciéndonos reír de lo lindo con el dardo afilado de su ironía burlona al servicio de una feroz crítica. Así conecta la poesía shakesperiana con los desmanes de nuestros gobernantes, que no se resiste a nombrar y desata la carcajada colectiva y más de un aplauso espontáneo cuando se mete con el actual presidente del gobierno -a quien no duda en ridiculizar imitando su forma de pronunciar- o cuando alude los desmanes de la Casa Real, que saca a colación gracias a la obsesión de Shakespeare por el tema de los cuernos.

Este simpar teatrero deambula con asombrosa facilidad por la cultura clásica y la popular hasta conectar con la realidad actual, erigiéndose en una suerte de bufón contemporáneo tan castigador como divertido. Así, cabe destacar su absoluto dominio del ritmo y los tiempos del discurso, así como una brutal capacidad de transmisión que le permite convertir al público en cómplice desde el minuto uno del espectáculo.

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