Cultura

El valor de Castella despide la campaña veraniega en El Puerto

El peso de la tarde recaía sobre Morante, que volvía a la plaza de El Puerto en la clausura goyesca de su temporada veraniega después de resultar gravemente herido en su inmenso ruedo.

el 16 sep 2009 / 07:35 h.

El peso de la tarde recaía sobre Morante, que volvía a la plaza de El Puerto en la clausura goyesca de su temporada veraniega después de resultar gravemente herido en su inmenso ruedo. La ovación atronadora que saludó después de romperse el paseíllo fue el mejor aval de la expectación despertada, que finalmente no se tradujo en el ansiado recital.

El de La Puebla se dio la coba justa con el toro que rompió plaza, un animal que sólo le permitió dibujar dos o tres verónicas por el pitón derecho para salir siempre distraído en cada uno de los muletazos: siempre a lo suyo, con la cara por las nubes, sin emplearse nunca. El colorado que hizo cuarto sí le permitió expresarse con el capote sin llegar a templarse. El toro cambió tras la suerte de varas y Morante cambió el gesto. El tanteo por ayudados no despejó ninguna duda. Tardo y soso, a medio viaje, no era el material adecuado para romper un pomo de tan caro perfume.

Se estiró El Cid a la verónica ante un toro -el segundo de la tarde- que metió la cara con franquía en los primeros tercios. Pero a Manuel, ésa es la verdad, le faltó confianza en sí mismo para aprovechar la bondad de un aninal de fuerzas declinantes y un punto rebrincado de puro flojo con el que nunca estuvo agusto.

Parecía que la decoración iba a cambiar en el quinto, un ejemplar de más a menos al que cuajó Alcalareño en un antológico par de banderillas a toro arrancado. El mejor Cid, templado y clásico, apareció a retazos aunque evidenciando la tremenda lucha interior por volver a ser. El de Salteras se había llevado el lote más potable pero, a pesar del cercano oasis de Antequera, cada vez quedan más lejos los pasados días de vino y rosas.

Castella se llevó, a poco de abrirse de capote, un brutal pitonazo en el pecho que no llegó a hacer carne cuando lanceaba por chicuelinas. Pero no importó. El francés comenzó su faena por ceñidos estatuarios y planteó la batalla en el centro del platillo con una serie mandona, asentada y muy templada en la que el toro ya empezó a protestar.

Se arrimó de verdad Castella y aguantó la guasa sorda de un animal que siempre estuvo más pendiente del torero que del engaño. Los alardes finales, absolutamente metido entre los pitones hasta más alla de lo que aconsejaba la razón terminaron de poner a todo el mundo de acuerdo.

La paciencia de la gente se agotó con la salida del sexto, aunque Curro Molina cambió las tornas en un sensacional segundo tercio antes de que Castella volviera a jugársela a pesar de sus muchas complicaciones. Castella pisó el acelerador, se entregó a tope y llegó a imponerse a este toro reservón y complicado que nunca arredró su férrea voluntad.

  • 1