Economía

El vecindario como sustento

Rochelambert o La Plata son dos de los barrios del distrito Cerro-Amate en los que el desempleo castiga más.

el 04 nov 2010 / 21:31 h.

Carmen, Francisco Javier y su hija Verónica, de 25 años, –los tres están desempleados– junto a Reyes, de 61 años, en su casa, que da a la avenida de los Gavilanes. Su pensión no da para rehabilitarla.

La Real Academia Española de la Lengua define el concepto de desempleo como "paro forzoso", pero no entra a explicar cómo hacer frente a una privación de trabajo que, en barrios como La Plata o Rochelambert, castiga de una forma singular.

No hay como estar detrás de un mostrador -ya sea de un kiosco, un comercio, un bar- para tomar el pulso diario a los vecinos y a sus problemas, que se desahogan compartiéndolos. Y más en zonas donde muchos de ellos se conocen de toda la vida y les interesa y preocupa lo que le ocurre al de al lado.

Desde su privilegiada atalaya en la avenida de los Gavilanes -frontera entre Rochelambert y Juan XXIII- en la que reparte prensa y chucherías, José López, relata con la misma pena que si le hubiera pasado a él que el paro azota a sus vecinos con tanta fuerza que muchos han llegado a perder sus casas embargadas por el banco. "La gente llega y te cuenta que su marido o su hijo se ha quedado en paro y que el padre está pagando el coche que el hijo se acababa de comprar".

El drama es más frecuente de lo que debería. "El miércoles llegó una mujer con una carta de desahucio. Su marido lleva dos años en paro, cobra algo más de 400 euros y tiene 600 de hipoteca". Sus dos hijos están desempleados; su marido, albañil, busca trabajo pero en los tajos encuentra a inmigrantes dispuestos a hacerlo "por nada y menos".

José también es el primero en enterarse de lo que se cuece por la zona, como el intento de robo a través de un butrón en un bar próximo para llegar hasta el estanco, objetivo de los cacos. "La crisis se ha notado también en la delincuencia", apostilla.

Mientras charlamos, un coche de la Policía Local permanece apostado en la acera de enfrente. La curiosidad vence y nos lleva hacia la casa de Reyes, de 61 años. Una vecina suya nos cuenta que hasta hace un año y medio vivía sola, andaba desamparada y sin nadie que la atendiera. Una familia -con todos sus miembros en paro- entró a vivir en su casa y, a cambio de un techo, cuidan de Reyes.

Han llegado unos técnicos de Urbanismo que les avisan de que la casa hay que arreglarla ya o ya. Tiene grietas y puede ser peligroso no rehabilitarla. "Pero la obra nos cuesta 14.000 euros -apunta Carmen- y sin trabajo, no podemos pagarlos".

Francisco Javier, 40 años, es su marido. Asegura que no encuentra empleo ni como peón de albañil ni como vigilante ni como nada. "A veces vendo pasteles y ahora estamos haciendo papeletas para una rifa". El premio, por un euro, es un bombo de detergente para lavadora. José, el del kiosco, lleva un boleto. "Por tal de ayudar"...

Varias décadas lleva abierto el negocio de ultramarinos de Nono, como le conocen en el barrio. No está atendiendo porque le acaban de operar pero aun así, señala su mujer, sigue encargándose de las compras. Nada del reposo que debería hacer. Coincide en que crisis como ésta, y más sobre el empleo, no había vivido nunca.

"Que me lo cuenten a mí". Quien dice eso es María Luisa. Su marido, Manuel, trabajaba en un taller de acero inoxidable pero hasta llegar al paro tuvo que pasar varios meses sin cobrar. "Mira, éste es".Manuel acaba de entrar y continúa el relato. "Debía dinero a la comunidad de vecinos, tenía muchas trampas". Sin embargo, los vecinos y la familia le ayudaron a tirar hacia adelante. Apenas quedan en su rostro signos de esa angustia, hoy trabaja de vigilante de seguridad.

Unas calles más abajo, en Ingeniero La Cierva, ya el barrio de La Plata, la actividad es frenética. Los puestos ambulantes de frutas y verduras y de ropa interior apenas dejan sitio a los viandantes para caminar por la acera.

Sentado a las puertas del bar Salamanca, su propietario, Vicente González, mira distraído el ir y venir de gente. Es esa hora en la que el café se confunde con la cerveza. "Aquí la crisis ha sido mortal; casi todo el mundo trabajaba de albañil, con lo que el 80% se ha quedado en paro".

Cada vez hay más familias que tienen a toda su gente sin trabajo y señala que a lo largo de la calle, jalonada por infinidad de establecimientos, son muchos los que están cerrando sus puertas, asfixiados. "Muchos de los comercios que están aguantando lo hacen porque son propietarios, pero los arrendados están teniendo que cerrar".

En La Plata la crisis ha dejado muchas huellas. Unas en forma de tiendas de toda la vida cerradas y ahora regentadas por ciudadanos chinos; otras en forma de colas para reclamar la ayuda de Cáritas en la parroquia de Nuestra Señora del Carmen.

Su párroco, Manuel Gantir, nos explica que Cáritas sólo atiende dos horas a la semana y lamenta que las necesidades superan con creces los recursos disponibles. "Ha cambiado mucho el perfil de la gente. Antes venían más por comida y ahora porque no pueden pagar la vivienda o la luz y el agua y temen que les corten el suministro".

Aunque llegan vecinos de todas las edades, cada vez se acercan más jóvenes, familias con hijos, y también muchos inmigrantes en busca de un vale de comida que canjear en un supermercado.

Estos momentos de dificultad también han acercado más fieles a la iglesia, admite Gantir -es su primer año al frente de la parroquia-, que ofrece la ayuda que puede dispensar. "Muchas veces lo único que podemos hacer es escucharlos, darles consuelo y palabras de ánimo".

Y aprovecha la inesperada visita para hacer un llamamiento: hacen faltan voluntarios y hay mucho trabajo por hacer, clases de alfabetización y de español para inmigrantes es sólo una de las tareas. Hay otras que requieren más manos.

De vuelta al barullo de la avenida, las señoras del barrio se detienen a comprar en las tiendas, a mirar en los puestos ambulantes. Y entre ellos, asoma un perchero repleto de prendas.

A Carmen Pérez, que le resta un año para jubilarse, no le ha quedado más remedio que buscarse el hueco para que su mercería no se pierda entre tanto puesto callejero. No se explica que con lo mal que están las ventas en general, haya ciudadanos chinos que sean capaces de soportar alquileres de 2.100 euros al mes, y se mantengan a flote.

No es la única batalla. "El hombre ambulante tiene que comer, yo eso lo entiendo", pero se queja de que tienen la ventaja de que pagan menos impuestos y, por eso, no quiere que anulen su tienda, aunque tenga una clientela fiel, como atestiguan varias señoras mientras miran y tocan el género expuesto.

Una de ellas, otra Carmen, se ofrece para acompañarnos una calle más abajo. Son sólo varios minutos, pero también tiene la necesidad de compartir las penurias por las que atraviesa.

Se queja de que en su casa no salen las cuentas, pero que aun así tampoco recibe la ayuda de Cáritas. Vive con su hija, de 32 años que tampoco tiene trabajo, y con su nieto de diez. La paga que supone el único ingreso del hogar se queda en 339 euros y sólo la casa tiene unos gastos de 450 euros.

La visita concluye con una sensación agridulce, la única que puede dejar la crisis. No importa lo poco que se tenga, siempre hay un escaso margen para ayudar al que está peor, cada uno a su forma, cada uno con lo que puede. Familia, amigos y vecinos hacen más soportable la frustración y la impotencia de perder un trabajo, de tener que buscarse la vida y, si no hay éxito, de verse obligado a pedir ayuda.

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