El vendaval 'pepegriñán'

La precipitada renuncia es una muestra más de su forma de ser y de gestionar desconcertante. Le ha tocado afrontar los cuatro años más duros, con una crisis dramática y un partido acosado por el escándalo de los ERE

el 27 jul 2013 / 23:58 h.

El presidente de la Junta, José Antonio Griñán. El presidente de la Junta, José Antonio Griñán. "Seguid llamándome Pepe”. Así se despidió el miércoles el presidente de la Junta y líder del PSOE andaluz de los suyos en el comité director del partido donde confirmó lo que era un secreto a voces: su salida inminente de San Telmo. En 2009, en el mismo escenario orgánico, se presentó a sus compañeros como el recambio de Manuel Chaves y les pidió que le vieran con cercanía, no como el gestor inaccesible que solo tiene números en la cabeza. “Llamadme Pepe”, les dijo. A estas dos frases las separan cuatro años de intensidad política de infarto. José Antonio Griñán, inteligente y audaz para sus partidarios y algo soberbio y volátil para sus detractores, pero siempre desconcertante, ha arriesgado y ha dado varios golpes de timón tanto en el Gobierno como en el partido. El divorcio con su generación política rompió el PSOE andaluz en dos y aupó a los jóvenes al poder, entre ellos a Susana Díaz, su sucesora. Se siente orgulloso de haber sido el primero en permitir esa renovación generacional y de haber conservado el Gobierno andaluz contra todo pronóstico al separar las autonómicas de las generales. Esa ha sido su mayor gesta política, pese a haber perdido bajo su mandato todas las elecciones. Su balance arroja luces y sombras. Ahora se marcha dejando a la comunidad con su récord de paro (36%) y, aunque públicamente lo niegue, se va cuando la jueza del caso de los ERE, el mayor escándalo de corrupción conocido en Andalucía, está a un paso de señalarlo. El presidente lleva meses barruntando su marcha del Gobierno andaluz –mantendrá sus cargos orgánicos–. Con 67 años y problemas familiares, se quería ir ya, a pesar de que la lógica apuntaba a una salida en otoño, tras la Conferencia Política del PSOE o una vez que dejara encarrilado el dificilísimo Presupuesto de 2014. Pero Griñán es así, ingobernable. En estos cuatro años se ha acuñado el término griñanada para definir las decisiones a priori con poco sentido que ha tomado el presidente, argucia política propia de una inteligencia colosal, que justifican sus seguidores. El último de estos movimientos ha sido su rápida dimisión. Hace un mes anunció en pleno Debate del Estado de la Comunidad que no volvería a presentarse a las autonómicas, abrió las primeras primarias del partido que han elegido candidata sin necesidad de llegar a las urnas a Susana Díaz –su preferida– y a finales de agosto dirá adiós a la presidencia de la Junta. Asunto liquidado. Para sus críticos, las primarias exprés y “fallidas” y su precipitada marcha son una “locura” típica de alguien como Griñán. Sus seguidores lo consideran una jugada maestra que deja con el pie cambiado al PP, inmerso en un problema de liderazgo interno y sin candidato. Solo el tiempo dirá el efecto de esta estrategia, pero lo que está claro es que el presidente no puede más. En realidad antes de que Chaves le nombrara sucesor, Griñán no ocultaba que quería jubilarse. Pero no lo hizo. Aceptó el reto que le propuso su íntimo amigo y este exministro de Trabajo de Felipe González, con casi 40 años de servicio público a sus espaldas, se convirtió en presidente de la Junta. Quizás entonces, en 2009, ni se imaginaba lo que se le venía encima. Sin quererlo, Chaves le dejó una herencia envenenada. La crisis económica estalló y su onda expansiva ha provocado la angustia y el dolor de 1,4 millones de andaluces en paro y de miles de hogares sin ingresos. Ninguno de los sucesivos planes de choque aprobados por el Gobierno andaluz han conseguido paliar este drama, agravado, según la Junta, por las políticas de recorte, de “obsesión” por el déficit y por una reforma laboral dañina que tiene el sello del Ejecutivo de Rajoy. Tampoco se olía Griñán cuando llegó al poder que poco después se destaparía la trama de los expedientes de regulación de empleo (ERE) fraudulentos que durante una década saqueó las arcas públicas andaluzas y benefició, en muchos casos, al entorno del PSOE. Este escándalo tiene desde entonces acorralados a los socialistas y al propio presidente, en el punto de mira de la jueza Mercedes Alaya por su etapa de consejero de Economía. Griñán admite que personalmente este asunto de los ERE, que le horroriza, le ha desgastado, pero desvincula su renuncia de este caso, algo por otra parte difícil de creer. Confirmó su marcha de la Junta el día antes de que el exinterventor Manuel Gómez ratificara ante la jueza que “todo el Consejo de Gobierno” conocía el fraude y que Griñán, como responsable de Economía, “cebó sin descanso” la partida para financiar los ERE irregulares. Nada de esto asomaba hace cuatro años. Griñán aterrizó en la presidencia con el claro objetivo de imprimir cambio, algo que le pidió Chaves al darle el relevo, como confesó su sucesor en la primera entrevista en El Correo. “Pepe, cambio, cambio y cambio”, le dijo. Se lo tomó al pie de la letra. Su primer discurso de investidura estaba impregnado de la filosofía política de Griñán: meritocracia, menos políticos y más funcionarios en los altos cargos de la Junta y una administración más reducida y eficiente. Imprimió su sello en su primer Gobierno y colocó en las consejerías económicas a dos de sus más estrechos colaboradores: Carmen Martínez Aguayo y Antonio Ávila, dos gestores con poca vida orgánica en el PSOE que podrían salir ahora del nuevo Gobierno de Susana Díaz por la sombra de los ERE. El fichaje estrella del presidente fue el de Rosa Aguilar, entonces alcaldesa de Córdoba por IU, con quien comparte la misma visión de la socialdemocracia. Hasta ahí todo coherente. Luego la crisis, los ajustes y los vaivenes políticos provocaron que el Gobierno andaluz cambiara hasta cuatro veces, las mismas que Chaves en sus 19 años en la Junta. Una vez que ató su equipo en el Ejecutivo andaluz, Griñán decidió que era hora de tomar las riendas del partido. Unos meses después, en un gesto de autoridad, exigió a Chaves poner fin a la bicefalia (el expresidente seguía siendo secretario general del PSOE-A) y convocó un congreso extraordinario en 2010. Este movimiento supuso la ruptura definitiva con la llamada vieja guardia y la escisión del partido en dos. Desde entonces, además, su relación con Chaves se enfrió hasta casi desaparecer. Griñán, cuya vida orgánica era muy limitada, se vio solo y optó por renovar la dirección dando hueco a los jóvenes. Aupó a Rafael Velasco, Mario Jiménez y Susana Díaz (que en septiembre se convertirá en la primera presidenta de Andalucía). Los críticos los llamaron los griñaninis, protegidos del presidente que nunca habían trabajado en otra cosa que no sea la política. Pero muchas de esas personas que ahora se espantan por todo el poder que acaparan estos jóvenes fueron en su día sus maestros. Ese golpe en la mesa que dio Griñán hace cuatro años aún colea. La batalla entre Alfredo Pérez Rubalcaba y Carme Chacón –a la que apoyó el presidente andaluz y su ejecutiva– reabrió viejas heridas, que también se palparon en el último congreso regional, con un 30% de votos contrarios al proyecto de Griñán. Ahora los críticos están muy diluidos y no han supuesto un quebradero de cabeza para Susana Díaz, que ha logrado sin problemas reunir casi 22.000 avales, la mitad de la militancia. La llamada a la unidad de la sucesora ha surtido, por ahora, efecto. En el partido se han encomendado a la trianera para la remontada electoral. Y es que el mandato de Griñán ha estado marcado también por las derrotas en las urnas. La debacle del PSOE, la crisis, el paro y los escándalos de corrupción pasaron factura a los socialistas que, por primera vez, perdieron las municipales, generales y andaluzas. Con una salvedad, Griñán se negó a convocar las autonómicas junto a las generales el 20 de noviembre –arrasó el PP y el PSOE se hundió– y puso distancia hasta el 25 de marzo. Fue su gran cálculo político. Esa estrategia aguó la fiesta a Javier Arenas y permitió a los socialistas conservar su gran feudo, el Gobierno andaluz, gracias a un pacto inédito con IU que, de momento, discurre mejor de lo esperado. Andalucía se convirtió en la isla roja en mitad de un mar azul de hegemonía del PP y se propuso marcar la diferencia con las políticas de Rajoy. En el primer año de coalición de la izquierda, la Junta ha intentado actuar de muro de contención de la marea de recortes, blindando la sanidad y educación públicas y con medidas sociales como el decreto antidesahucios o el de solidaridad alimentaria. Los recortes y el déficit, sin embargo, han dejado poco hueco a la gestión y Andalucía sigue siendo la más castigada por el paro. Los años y las urnas pondrán nota a la herencia de este inspector de Trabajo, amante de la ópera, cinéfilo y colchonero de dialéctica exquisita. Un vendaval político en toda regla al que, como él mismo dice, le ha tocado pilotar la “nave” los años más duros de Andalucía.

  • 1