Su violín tiene casi 305 años, fue construido en 1703 por el célebre luthier Amati, pero ella apenas si alcanza los 12. La joven violinista Carla Marrero fue la protagonista del concierto benéfico que ofreció ayer la Fundación Tierra de Hombres en el Centro Cultural de Cajasol. Precocidad y buenas intenciones a partes iguales.
"Nunca me ha gustado eso de que unos tengan mucho y otros nada", explicaba ayer la jovencísima violinista madrileña a los periodistas con un desparpajo aprendido en sus ya 8 años sobre los escenarios. Carla Marrero (Madrid, 1995) actuó por primera vez en un concierto a los 4 años, debutó como solista a los 5, y con 6 ganó su primer concurso y debutó con orquesta.
Ayer, sin embargo, se presentó en Sevilla como una niña aparentemente normal, preocupada por los exámenes que le esperan a la vuelta del concierto benéfico que ofreció anoche. "He venido estudiando en el AVE, y aproveché también al llegar al hotel", explicaba sencillamente Carla, que, aparte de la rutina común a cualquier estudiante de su edad, compagina el colegio con el teatro, así como con las más de tres horas diarias que dedica al entrenamiento musical.
¿No hay descanso? "Suelo tener un día libre después de un concierto, pero yo no lo necesito. Es como si me levantara y no me lavara los dientes. Me siento extraña", explica ante el estupor generalizado de los periodistas que apenas si se atreven a hacerle preguntas.
Carla llegó a Sevilla junto con la que últimamente es su compañía más preciada: un violín de procedencia inglesa construido hace algo más de tres siglos que, cuando cayó en su poder, llevaba más de 50 años sin ser tocado. "Cada día suena mejor", explica la joven, que se encuentra enfrascada en la interpretación de Bach, compositor alemán sobre el que versó su participación de anoche en Sevilla.
"Ahora es mi preferido porque lo estoy tocando, pero es muy difícil, porque Bach hizo del violín un instrumento polifónico y hay que tener mucho cuidado", dijo textualmente Carla, sin apenas pensar mucho su discurso.
