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Elogio del café

Mirar el mar o el fuego son pasatiempos inagotables pero hubo otros. Hemos olvidado que en Sevilla existió también el de mirar la vida, siempre la misma y distinta, desde una butaca situada en la calle. Me he dado cuenta de ello sentado en los cafés griegos...

el 16 sep 2009 / 00:32 h.

Mirar el mar o el fuego son pasatiempos inagotables pero hubo otros. Hemos olvidado que en Sevilla existió también el de mirar la vida, siempre la misma y distinta, desde una butaca situada en la calle. Me he dado cuenta de ello sentado en los cafés griegos, siempre llenos de gente que ve pasar a otra gente mientras conversa con tranquilidad de cualquier tema. El café, nacido hace más de dos siglos, tuvo en Sevilla en un principio una floración parecida a la de París, Roma o Venecia pero luego no fue capaz de evolucionar y se agostó. Quedaron unos pocos corporativos que, mayormente, invadían la calle Sierpes con señores -siempre señores- muy maduros.

El café, como lugar de encuentro, y los enclaves ciudadanos que reunían a muchos de ellos, se perdieron, incapaces de democratizarse. En muchas de las calles que antes ocupaban surgieron esos bares para turistas en las que ningún sevillano se sienta y en toda la ciudad se multiplicaron los locales en los que sólo se está mientras se come o se bebe. Se perdieron los que existían para el ocio público en el más puro sentido de la palabra sin distinción de clases sociales o de edad y el mismo hábito de practicar el no hacer nada, con rituales marcados por las horas.

Cuando algo así se pierde no sólo es difícil su recuperación sino que, además, el hueco es rellenado por otra cosa. En el espacio de pasar plácidamente el tiempo, y en lo que a los chavales respecta, se instaló la botellona que es, en el fondo, lo mismo, conversar durante horas sin hacer nada, pero en unas condiciones deplorables y en el mismo camino de consumismo alcohólico que en los bares. Cuando, de tanto en tanto, surgen voces pidiendo soluciones a los problemas de convivencia de los jóvenes, alguien debería pensar en el far niente convertido en arte de los viejos cafés.

Antonio Zoido es escritor e historiador

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