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"En Palestina no son felices ni los ricos"

Un palestino y una israelí residentes en España explican cómo el odio entre las dos comunidades amarga la vida a quienes viven allí.

el 21 sep 2011 / 20:20 h.

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Ni los palestinos ricos, que los hay, son felices en Palestina: no pueden salir de su ciudad". De esta manera ilustra el día a día de la población de los Territorios Ocupados un estudiante de Ingeniería que lleva siete años viviendo en Sevilla, Adham Asana. Procede de Ramala y toda su familia está allí.

"No tengo mucha ilusión de que el reconocimiento de Palestina por la ONU [que hoy se vota en el Consejo de Seguridad] cambie nada porque antes habría que resolver las fronteras, el 60% de población refugiada, Jerusalén...", explica este palestino que arde en deseos de conocer Jerusalén (a 25 kilómetros de Ramala, aunque su casa está mucho más cerca) y hablar con un israelí para "conocer su punto de vista".

El suyo lo marcan unas condiciones de vida -y no solo en lo económico: Israel tiene una renta per cápita de 30.000 euros, Palestina de 1.000- que a cualquier sevillano parecerían inaceptables. Aún así tiene claro que toca "hablar, resolver"."Hasta los 18 años podía entrar en Jerusalén. Ahora me lo prohíben. Tengo el carné verde, que significa que mi familia vive en un campo de refugiados. Los controles te condicionan todo. Mi padre perdió su trabajo, cerca de Jerusalén este, simplemente porque un día los israelíes no le renovaron el permiso trimestral para pasar el control, sin ninguna razón. Yo me he jugado la vida por acudir a examinarme el último año de la escuela. Si el control te dice que te des la vuelta no vale que sea tu examen final ni nada. A más de un compañero lo han matado a tiros por ir al examen a través de las montañas, dando un rodeo de ocho kilómetros", explica el ingeniero.

 

La violencia no es cosa del pasado: "Este verano volví a casa de vacaciones. Dos jóvenes murieron la primera noche del Ramadán porque una patrulla israelí entró en el campo de refugiados. Uno de los muchachos simplemente se había asomado a ver qué pasaba".

La Autoridad Nacional, dependiente de las ayudas extranjeras, a menudo deja de pagar a profesores y funcionarios. Incluso depende de Israel para el suministro de agua, la electricidad y el espectro electromagnético (que afecta a las emisoras de radio o a los teléfonos móviles."Claro que hay odio. Todas las familias tienen un desastre provocado por Israel. La casa que no tiene un muerto tiene un preso. Son muchos años de violencia", tercia Asana, "y ya es hora de hablar".

Ziva Freidkes, ciudadana israelí, vive desde hace 10 años en Madrid. "Nací en Colombia y me fui a Israel huyendo de la violencia. De ahí me he venido a España huyendo también".

Es diseñadora gráfica y responsable de comunicación de la Comunidad Judía de Madrid. Vivió en Jerusalén, Tel Aviv y un kibutz (granja colectiva) entre estas dos ciudades. En Tel Aviv, cuenta, se vive "como en otra ciudad europea". Está a 84 kilómetros de la Ramala de Asana."En los años 80 estudié en la universidad sin ningún problema con palestinos de Jerusalén este. Se vivía de otra manera y podía circular libremente de un lado a otro". Después, sigue la diseñadora, esa libertad de circulación dejó de "ser recomendable" en tiempos de la Segunda Intifada.

"Todos teníamos el miedo a no volver, a mandar a tus hijos al colegio, a subir a un autobús. Todo el tiempo estábamos en alerta". Para esta israelí lo que decida la ONU no cambiará nada a mejor. "No creo que las soluciones unilaterales lleven a ningún lado". Agrega que la violencia no conduce a nada, "y este largo conflicto lo demuestra", expone.

Freidkes no tiene amigos palestinos, aunque sí bastantes árabes de nacionalidad israelí, con quienes la convivencia en el kibutz Neve Shalom (Oasis de paz) era modélica.

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