n El Sevilla hizo ayer un partido tremendamente efectivo desde el plano estratégico. Y desde el punto de vista del resultado, claro está. Libró el equipo de Antonio Álvarez un buen combate en el cuadrilátero con el equipo malagueño, que llevó el encuentro al cuerpo a cuerpo, a la agresividad y a la intensidad. En ese plano fueron superiores los malaguistas. Se encontraron con el gol y apretaron al Sevilla, que estuvo por momentos agarrándose a las cuerdas del partido y encajando los golpes, el más duro el gol, pero algunos otros en el plano físico y psicológico, ante un equipo que no le dejó jugar.
Encajó y encajó el conjunto sevillista y le vino hasta bien el descanso, porque no encontraba la fórmula para corresponder el planteamiento costasoleño. Y salió de los vestuarios con otro ánimo, vivo, pero con pocas respuestas. Fue entonces cuando vio que el desenlace podía estar en el aguante. Y así lo hizo, bailó, empezó a poseer la pelota, tocarla y alejarla (alejarse) de su rival. Y así perdió la orientación el Málaga, todo ayudado por el crochet (golpe directo usualmente de derechas paralelo al suelo) de Cala tras el fallo de Munúa. Entonces el partido viró. El Málaga se hundió, físicamente se vino abajo mientras el Sevilla seguía bailando esperando su oportunidad, la del gancho definitivo, el del 1-2 del triunfo.
