Cultura

Enrique Morente: la voz creadora

el 13 dic 2010 / 21:52 h.

Enrique Morente Cotelo nació en el Albaicín granadino el 25 de diciembre de 1942. Hijo de Juan Morente y Encarnación Cotelo, fue el segundo hijo este matrimonio y vino al mundo en la calle San Gregorio, prolongación de la Cuesta de la Calderería.

Fue bautizado en la Iglesia de San José, antigua mezquita de los morabitos o ermitaños. Desde los 7 a los 10 años, sin apenas haber ido al colegio, concretamente el de Doña Magdalena, cantó como seise con los canónigos de la Catedral de Granada, donde ya comenzó a meter dinero en su casa, unos 30 o 40 duros al mes, que no estaba mal para ser un niño de la posguerra.

Aquellos cantos litúrgicos marcaron sin duda su estilo de voz. Siempre recordaba que había cantado desde niño, aunque en su casa sólo cantaba su madre, que conocía algunas saetas del pueblo granadino de Pinos Puente, su pueblo.

Enrique solía decir últimamente que su voz se parecía cada vez más a la de su madre. Alguna vez, bromeando, cuando alguien le preguntaba por la procedencia de algunos de sus cantes, decía que eran de su madre. Y es que eso de que le reprocharan que no viniera de una familia flamenca era algo que le molestaba mucho, porque defendía a Granada como una tierra muy flamenca.

Sin embargo, después de su paso por el coro de la Catedral de Granada y de haberse formado musicalmente escuchando a los artistas y aficionados granadinos, decidió irse a Madrid pero no a hacerse cantaor, sino a buscarse la vida en lo que hiciera falta.

Residió en la calle de Embajadores y frecuentó en el inicio de los años 60 la Plaza de Santa Ana, que era aún y había sido años atrás el corazón del Madrid flamenco. Antes de dedicarse al cante, Enrique el Granaíno, que así era conocido entonces, se dedicó a la albañilería, ejerció de zapatero, de barbero y de vendedor.

Tuvo la suerte de encontrar en la capital de España un ambiente inmejorable, con Caracol en Los Canasteros, Terremoto en Las Brujas, Camarón en Torres Bermejas, y El Gallina, Fernanda y Bernarda, Pericón, Bernardo el de los Lobitos y Pepe el Culata, en Zambra, donde cantó ya de profesional y alcanzó una preparación como cantaor que le llevó pronto a la grabación de su primer disco, en 1967, con la guitarra de Félix de Utrera.

En este primer disco, Enrique es aún un cantaor de corte clásico, aunque ya se adivina una personalidad extraordinaria. Desde este primer disco hasta el último, dedicado a Ignacio Sánchez Mejías, Llanto por Ignacio Sánchez Mejías, el de Granada se metió en mil aventuras musicales distintas, ocupándose de poetas como Miguel Hernández, Federico García Lorca, San Juan de la Cruz o Pedro Garfias; acercándose a Chacón en 1977, comprometiéndose con los nuevos tiempos en Despegando (1977), poniéndose místico en Cruz y Luna (1983), revelándose contra el purismo en Sacromonte (1986), ofreciéndonos su sentido de la fe en Misa Flamenca (1991), confirmando su revisión del cante clásico en Negra, si tú supieras (1992), acercándose a lo sinfónico en Alegro Soleá, Fantasía de Cante Jondo (1995), apuntándose a la fusión en Omega (1996), analizando el tiempo en El pequeño reloj (2003), o rindiendo homenaje al pintor Picasso en Pablo de Málaga (2008).

Fue un cantaor mal recibido por la crítica más puritana, que vio en el joven granadino una amenaza para el cante clásico, sin tener en cuenta que era el más clásico de los innovadores, pero también el más innovador de los clásicos del cante jondo.

Su particular sonido, su formación en Madrid y una aportación estética novedosa le granjearon cierto rechazo por parte de los sectores más conservadores del flamenco, con acusaciones tan graves y fuera de lugar como que estaba "asesinando al cante" o que "cantaba al revés".

Pero el cantaor nunca cedió ante las presiones del puritanismo y siguió sólo el dictado de su conciencia de artista, para acabar siendo reconocido en todo el mundo como el gran creador de este tiempo. En 1994 le fue concedido el Premio Nacional de Música, siendo la primera vez que a un cantaor de flamenco le otorgaban tan importante reconocimiento.

Dos años más tarde recibió la Medalla al Mérito de las Bellas Artes, y después le llegarían otros reconocimientos importantes, como el Compás del Cante, de Cruzcampo, en 1996, y la Medalla de Andalucía, en 2005.

En los últimos años el cantaor encontró el reconocimiento por parte de los aficionados, con homenajes en peñas flamencas y, sobre todo, con el respeto y la admiración de una nueva generación de críticos de flamenco y de la actual generación de artistas que, como Mayte Martín, Esperanza Fernández, Miguel Poveda, Arcángel, Segundo Falcón, Marina Heredia o su propia hija, Estrella Morente, amén de muchos guitarristas, bailaores y bailaoras, o infinidad de grupos musicales, consideraban al Maestro una referencia fundamental.

Figura irrepetible, pues, del cante flamenco, la que se nos fue ayer en una clínica de Madrid a la edad de 67 años.

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