Toros

Enrique Ponce y Luis Vilches pusieron calidad e intensidad

se esperaba con ilusión el juego de los toros de Murube, pero los accidentes mermaron el encierro reseñado.

el 08 sep 2011 / 20:40 h.

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La nueva plaza de Utrera, a trompicones, busca su lugar en el panorama taurino sevillano. Es mucho el tiempo perdido en salvas aunque la solvencia profesional de los nuevos empresarios, Carmelo y Caba, puede ser el aval necesario para calmar las aguas revueltas que han rodeado al flamante coso desde antes de su reciente inauguración, hace justo un año. También se esperaba con ilusión el juego de los toros de Murube, pero los accidentes mermaron el encierro reseñado y algunos de los toros sacaron una alarmante invalidez que limitó el espectáculo que tenía que festejar en lo taurino la festividad de la Virgen de Consolación.

Así fue con el toro que rompió plaza, un ejemplar anovillado, de dulcísima bondad que apenas se tenía en pie. Ponce pasó más tiempo del recomendable en su cara, toreando de salón mientras el cabreo del personal iba subiendo de castaño oscuro. En la faena, pulcra y templada, faltaba el toro y el presidente hizo muy mal en mantenerlo en el ruedo contra viento y marea.


Pero a Ponce le había tocado el remiendo de los Hermanos Sampedro que salió en cuarto lugar, un torete siempre pronto y alegre al que supo templar con el capote. Pero la maldición seguía y el animal también rodó por los suelos después de salir del caballo y en el inicio de la faena de muleta, que partió de una pulcra y estética superficialidad y llegó a sus momentos más felices en los compuestos muletazos resueltos por el lado derecho y algún natural suelto, pero sobre todo en dos pases de pecho antológicos y en las soberbias poncinas que acabaron con el cuadro.

La faena parecía hecha pero quedaba lo mejor, un puñado de muletazos de excelsa cadencia en los que Ponce -con algún altibajo forzado por las pocas fuerzas del toro- toreó siempre para sí mismo en un trasteo de larguísimo metraje que no tuvo refrendo con la espada. El toro estaba agotado y rodó como una bola después de un pinchazo.El segundo también se derrumbó en todos los tercios: rodó por los suelos después de salir del caballo, claudicó en banderillas y en la muleta, que Vilches manejó con exquisitas formas, pulso y cadencia, toreando siempre para sí mismo. Pero sin toro no hay toreo de verdad y la gente no le hizo demasiado caso a su labor. Le quedaba el quinto, que tuvo más cuajo, y lo pasó con los pies enterrados en la arena en muletazos macizos y hondos.

La faena fue creciendo en calidad e intensidad, acoplada a las virtudes de ese toro que también tenía buen fondo y le permitió torear a placer, enseñando que a pesar de todo sigue portando esa moneda que nunca se ha entendido con su mala espada.Tampoco anduvo demasiado sobrado de fuerzas el ejemplar que saltó en tercer lugar y aunque se mantuvo en pie más tiempo que los anteriores protestó por el lado derecho en la muleta de un Cayetano tan escultural como distante que no supo o no pudo aprovechar el mejor pitón, que era el izquierdo. Con el sexto, que también se dejó en la muleta repitió los mismos planteamientos: hubo muchas más poses que pases.

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