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Entre Dios y el diablo

El catálogo de rarezas, misterios, secretos y maravillas diversas que muestran los edificios del casco antiguo sevillano es interminable.

el 27 abr 2014 / 23:59 h.

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La Puerta del Nacimiento de la Catedral de Sevilla, durante la salida de la procesión del Corpus Christi. / José Carlos Cruz La Puerta del Nacimiento de la Catedral de Sevilla, durante la salida de la procesión del Corpus Christi. / José Carlos Cruz

Todo parece normal: la Virgen modosita, arrodillada y rezando; el San José contentísimo, por allí también, como corresponde a su putativa paternidad; la mula y el buey en su redil, como si nada; los angelitos cantores revoloteando en manojos; y por supuesto, el Niño con mayúsculas: Jesús, recién nacido, presidiendo la escena desde el pesebre. En principio, todo en su sitio y nada que objetar. Además, se trata nada menos que de la Puerta del Nacimiento (o de San Miguel) de la Catedral de Sevilla. Inimaginable la menor heterodoxia en ese epicentro de la cristiandad, por el que además entran todos y cada uno de los pasos de la Semana Santa. Pues sí. Todo parece normal... hasta que uno se fija. Así, fijándose uno, comienza la etapa de hoy de este recorrido extravagante por Sevilla en compañía de la cicerone y profesional del turismo Inmaculada Díez.

En los tiempos en que se erigió la Catedral y épocas anteriores, discrepar alegremente de los dogmas y de la doctrina de laIglesia e incorporarles matices, irreverencias, correcciones y segundas lecturas era un asunto engorroso, a decir verdad: los custodios de la ortodoxia no mandaban precisamente a sus relaciones públicas a casa del infractor para interesarse por las razones de su desacuerdo, regalarle cien misas por su alma en concepto de atención al cliente y ofrecerle la hoja de reclamaciones. Más bien recurrían a objetos punzantes e incandescentes sin ajustarse en modo alguno a las normas de seguridad e higiene en el trabajo. Normal, pues, que la disidencia recurriese a procedimientos y lenguajes más o menos secretos y ocultos para expresar y difundir su versión de los hechos. Eso fue lo que pasó durante la construcción de este templo inmenso, cuando cuentan que pasó por Sevilla lo más granado del esoterismo mundial, desde los fundadores de la Orden Rosacruz hasta el mismísimo Lorenzo Mercadante de Bretaña, autor de esa escena del Nacimiento y de buena parte de la imaginería catedralicia.

Por eso la mula y el buey aparecen encerrados con llave en un establo, a lo lejos: porque no hacen falta. No tienen nada que calentar con su aliento. Es el propio Niño el que, encerrado en un atanor –u horno de alquimista–, despide todo el calor y toda la luz, pues lo que parece un lecho de paja no es sino un fuego radiante. Él es la piedra filosofal, el proceso alquímico por excelencia, la sublimación del espíritu. Y por eso también San José no es un señor normal, sino un tipo cubierto por el gorro frigio de los masones. Es todo puro simbolismo. La Catedral está repleta de estas claves ocultistas. Si uno se fija.

Hornacina ‘fantasma’ en la calle Segovias, junto a Argote de Molina. / C.R. Hornacina ‘fantasma’ en la calle Segovias, junto a Argote de Molina. / C.R.

Las iglesias, las casas, las fachadas hablan, cuentan historias, susurran secretos. Hasta las rejas de las ventanas. Si lo de antes guardaba relación con Dios, lo de la Plaza de Alfaro tiene por protagonista al mismísimo demonio. Inma Díez guía el recorrido hacia la esquina de esta hermosa plazoleta, asomada a los Jardines de Murillo, con la calle Lope de Rueda, que ya por sí sola sería para escribir un libro sobre lo que sus muros cuentan. Junto a esta esquina, en la planta baja del edificio, hay una ventana aparentemente normal y corriente... hasta que uno presta atención a su reja. Los barrotes están entrelazados unos con otros de un modo endiablado, como entretejidos: en un punto, atraviesan el barrote con el que se cruzan; en el siguiente, son atravesados. Y así sucesivamente. Se conoce esta maravilla como la Reja del Diablo, porque parece imposible su factura más que mediante las artes oscuras. Una bonita superchería que logra llamar la atención sobre este elemento singular de la ciudad en el que nadie repara.

Son las rarezas sevillanas. Lo que en esta guía se ha venido denominando las casas marcadas. Rejas, lápidas, figuras, señales, elementos extraños, inscripciones y enseres diversos que desde las fachadas gritan una historia o dejan un signo de interrogación sobre la cabeza del paseante. Es lo que pasa en la calle Segovias, casi llegando a Argote de Molina: un rincón techado, como una hornacina... y allí no hay nada más. ¿Qué se supone que debería haber en ella? Misterio.

Como lo es también el averiguar qué era –qué diablos era, podría decirse, para enlazar con lo de la reja– la Casa de la Luna. Un templo dedicado a alguna extraña diosa, una tienda, una taberna, un casino... Se sabe que existió, eso sí, y que dio nombre a una calle durante muchísimo tiempo, hasta que hace justamente cien años, en 1914, se lo cambiaron por el que hoy luce:Escuelas Pías. Lo cual habría que revisar, teniendo en cuenta que los Escolapios (en honor a los cuales se rebautizó el lugar en el callejero) llevan cuarenta años en Montequinto. Lo mismo sería interesante que el Ayuntamiento reconsiderara restituir esa denominación antigua de calle de la Luna. Que por cierto, discurre casi en paralelo con la calle Sol, separada de ella por Matahacas, en un extremo, y por Ponce de León, en el otro. Todo cuando queda de esa historia está en la fachada de un edificio contemporáneo, cuyos balcones lucen azulejos con las distintas fases de la Luna. Mientras que las razones del nombre se pierden en un rastro difuso, en una serie de pistas engañosas, como cuanto tiene que ver con la propia Luna.

Hablando de calles y de marcas, una que despierta escaso entusiasmo en quienes pasan por delante de ella, como si la cosa no tuviese mayor trascendencia, es la venera que luce en una de sus esquinas la calle José Gestoso. Para quien no lo sepa, este señor fue un arqueólogo, historiador del arte y escritor muy célebre en la Sevilla de hace un siglo, porque estuvo el hombre empeñado en la creación del Museo Arqueológico. Pues bien, en esta calle, más conocida por la sastrería Trímber y por la tienda de Pichardo, ese elemento de la pared marca nada menos que el centro geográfico de la ciudad. Que fue otra de las cosas que investigó el citado Gestoso, y que acabó determinando con esa precisión milimétrica. Así dicho lo mismo no parece gran cosa, pero tiene su curiosidad, porque es ese centro geográfico lo que determina, por ejemplo, la numeración de las calles (se empieza desde el extremo más próximo a este punto). Muy cercano, por cierto, a Escuelas Pías.

Un templo gigantesco lleno de heterodoxia y mensajes ocultistas; una reja tejida por el de los cuernos y el rabo; una enigmática casa desaparecida de la que apenas queda el recuerdo de unos azulejos, una hornacina sin santo y la marca del centro de Sevilla; cinco hitos en los que nadie suele fijarse en esta Sevilla que de normal tiene muy poco.

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