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Epitafio en el Cristina

Sevilla está a punto de estrenar la última reliquia del presente: la fuente de los poetas. Después, regreso triunfal al siglo XIX.

el 13 jun 2011 / 20:21 h.

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Durante una hora de reloj, nadie se asomó ayer a mediodía a la nueva y aún vallada fuente de los poetas del 27, al pie del Cristina; ni siquiera el asombro de presenciar una última osadía estética en el Parque Zoidiásico que acaba de estrenarse sobre Sevilla, ni siquiera semejante salida por la tangente, logró atraer a algún despistado de paseo, o a algún indignado que anduviese de recogida, hasta las inmediaciones del bordillo de mármol de esta lírica mezcla de estanque, catarata, piano de cola, mausoleo, impresora y crucero estelar de Darth Vader que desde hace unos días ostenta el honor (para algunos, dudoso) de ser la última gran obra pública, el epitafio del gobierno que trajo al centro las Setas, las avenidas peatonales, los pajaritos cantarines, las puestas en valor de cosas rotas, los tranvías, el metro... Lo cual la coloca justo bajo el fuego cruzado de dos formas de entender Sevilla.

En el costado que mira hacia los jardines se abría ayer a esa hora una portezuela blanca, disimulada en el conjunto. La esperanza de ver salir de ella a un ejército griego dispuesto a tomar Troya se desvaneció de inmediato, no bien dieron las buenas tardes los tres operarios que había en las entrañas de la mole. Estaban regulando los grifos que en ese momento, puestos a prueba, rugían a chorros. "¿Que por qué siguen las vallas rodeando la fuente? Porque todavía no la ha recepcionado el Ayuntamiento", explicaban. Aunque... no cabe descartar del todo que no se trate, emulando a Homero, de una especie de Caballo de Monteseirín dejado como regalo-trampa a la rampante Sevilla de derechas para que, llegada la noche decimonónica que se avecina, tan enfarolada ella, salga de sus entrañas y de sus costados un pequeño ejército de versos (esa heroica e invicta quinta columna que es la poesía) para recordar cosas como ésta que hay allí grabada a las espaldas del monumento, con la firma de Jorge Guillén: ¿Aquel momento ya es una leyenda? Se ruega no responder, aunque el propio poeta lo hace: Un recuerdo de viaje queda en nuestras memorias.

Una muchacha de bronce menudita, tumbada y desnuda (una alegoría de la poesía, de entre las menos insoportables) mira hacia la Plaza de Cuba desde el friso de la cascada, con la misma indiferencia con que ella es mirada desde lejos por alguno que se tome la molestia. Entre la fuente y el río, una paseo de pérgolas también vallado, también por inaugurar en el mismo lote, empieza a elevar ya sus glicinias trepadoras hacia el techado con la esperanza de que aquello dé pronto alguna sombra a las tardes terribles de la explanada en verano, con el sol hecho un hongo nuclear sobre la calle Betis.

Hay que darle la razón al diseñador de ambas cosas (pérgola y fuente), el arquitecto Antonio Barrionuevo, porque el mármol de esa nueva construcción que da la espalda a los tritones de la Puerta de Jerez (el sentimiento es mutuo) no parece del todo fúnebre; todo lo más, sí puede ser que se mate alguien tropezándose con esos dos escalones de granito (ora presentes, ora no) a que obliga la insidiosa orografía del lugar, tipo torta de aceite, y que pasan inadvertidos para cualquiera que no haya fijado como su principal cometido en esta vida el examinar atentamente el pavimento.

Llamada a ser poyete, la fuente es el eslabón turístico que faltaba entre el centro y el río, y que ahora aparece flanqueado por unos rejuvenecidos Jardines del Cristina cuyo albero nuevo despide preciosos reflejos de parque bajo la enramada vieja de sus arbolazos centenarios, y donde un manojo de paisanos con bici y periódico, repartidos por los bancos, se pasaban el aperitivo haciendo algo imposible allí desde los años sesenta: escuchar a los pajaritos y no respirar humo. Eso sí, al templete le tendrían que haber quitado la hojarasca y los ramajos del techado (¿o será parte del plan decimononificador?). Paseo marítimo de secano, paradero de poetas e insolados y lugar idóneo para quienes recuerden la inscripción tallada en el Caballo de Troya: Con la agradecida esperanza de un retorno seguro a sus casas después de una ausencia de nueve años, los griegos dedican esta ofrenda a Atenea. Todavía queda por ver que no esté Monteseirín dentro de la fuente.

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