Local

Esplendor en la anochecida

el 15 sep 2009 / 02:04 h.

TAGS:

El crepúsculo arropó la salida del misterio fundamental de la Quinta Angustia. Era poco más de las ocho y cuarto de la tarde cuando los ciriales inmensos anunciaban que el Jueves Santo empezaba a recuperar su sentido.

La junta de gobierno había resuelto aplazar media hora la salida para poner la cofradía en la calle que, inusualmente, permaneció formada con las puertas del templo abiertas mucho antes de que los tramos iniciaran su camino por la calle San Pablo. Pero ya no había vuelta atrás; la progresiva mejora de los pronósticos despejaban las nubes y las dudas. El Jueves Santo aún podía salvarse en parte.

Los primeros pasos de la cruz velada de tiniebla dieron consuelo a la impaciencia. Llegó entonces, como un regalo conocido, el desfile de las insignias, las cruces patriarcales y las cruces de penitencia de severo palo; las túnicas moradas y los manguitos abotonados; la elegante severidad de una cofradía que sólo se parece a sí misma.

Sonaba Jesús de las Penas en el órgano del primitivo templo dominico mientras la anochecida hacía remolinos de viento frío que jugaban con las llamas de los cirios. Había ganas de ver cofradías y no cabía un alfiler en la plaza de la Magdalena, con un público que enmudeció cuando los primeros brillos del bronce del canasto del Sagrado Descendimiento asomaron por la puerta del templo.

Las saetillas de la música de capilla y los motetes ponían el mejor envoltorio sonoro a una escena que, por previsible, por conocida, no deja de producir un escalofrío. El movimiento barroquizante, casi de auto sacramental del Señor Descendido tenía su contrapunto en la belleza serena y madura de la Virgen de la Quinta Angustia: Oro, terciopelo, bronce, caoba y cera morada de la cofradía señorial de la Magdalena a la, sorpresivamente, escoltaban tres alabarderos de gala de la Guardia Real.

La cofradía ya estaba en la calle. Los pinganillos seguían contando los avatares de la más bella jornada de la Semana Santa que seguía contando con cuatro cofradías y la Quinta Angustia ya caminaba a la Campana.

Para esa hora y a pesar del frío creciente, la mejor noticia era la luna llena que se asomaba al cielo de Sevilla. Los nubarrones comenzaban a disiparse. Aún estaba lejos la Madrugada.

  • 1