En el lenguaje de la calle se utiliza la expresión "casposo" para referirse a algo rancio y reprobable. Estos días hemos asistido a manifestaciones, escritas y no escritas, que reflejan visiones y comportamientos que, al tener que ver con el ámbito de lo público, recuerdan lo mucho sobre lo que hay que trabajar en educación para la ciudadanía y lo excepcionales que aún siguen siendo otras que actúan como ejercicio de concienciación.
Casposo ha sido calificar la marcha del ex presidente Chaves como "espantá" cuando apenas unos días antes se enarbolaba el "váyase" -expresión de una forma muy primaria de hacer política de oposición-. Casposo ha sido mencionar los 62 años de Griñán como ejemplo de gerontocracia -expresión discapacitante de cierta edad-. Casposo ha sido referirse a la candidatura europea de Carmen Romero como la de la "ex de González" -expresión insultante sobre la autonomía de las personas-. Y casposo ha sido también seguir viendo a alcaldes presidiendo procesiones -expresión, una vez más, de la confusión entre público y privado en un Estado aconfesional-.
Esos hechos parecen hablar de que todo vale para obtener alguna ventaja política, aunque sea a costa de conducirse con comportamientos que son, cuando menos, irrespetuosos, y que se apoyan en lo peor de unos valores sociales. De ahí que leer que se habla de las capas medias urbanas y de respetar los principios de mérito y capacidad en Andalucía no deja de ser, a pesar de la obviedad, remedios contra los comportamientos casposos. Si la mayoría de andaluces que conozco no insultan, no menosprecian y no hacen ostentación política de sus sentimientos religiosos, ¿quiénes son ésos que quieren imponernos un modelo de conducta que no corresponde a una sociedad urbana?
Licenciado en Historia
