El ser humano es tan soberbio que, llegada esta fecha, no sólo se desea felicidad, sino felicidades. Como si no fuera difícil encontrarla en solitario, tenemos la absurda idea de que es posible localizar toda una camada de ternura, compasión y con pasión, nirvana y otras utopías a las que le ponemos el prestigioso nombre de felicidad. ¿O es justo lo contrario? ¿Que deseamos felicidades porque no es legítimo encontrar la propia sin la de todos los que poblamos este planeta desgraciado? Prefiero entenderlo así: queremos muchas felicidades pequeñitas que una sola, egoísta y absoluta. Una felicidad repartida en cachitos como el gordo de la lotería, pero universal y justiciera. Algo así como lo que quisiéramos que fuese la democracia.
