Cultura

Feria de San Miguel: Una oreja con matices

PLAZA DE TOROS DE LA REAL MAESTRANZA
Ganado: Se lidiaron seis toros de Parladé, el segundo como sobrero del mismo hierro, altos y mal hechos. El primero resultó flojo, soso y noblón y el resto repitieron idéntico comportamiento frenándose en la muleta sin entregarse nunca. El tercero no tuvo un pase.
Matadores: Morante de la Puebla, de obispo y oro, palmas tras aviso, silencio y silencio
Sebastián Castella, de aguamarina y oro, silencio tras aviso, silencio y oreia.
Incidencias: La plaza se llenó en tarde entoldada y bochornosa. Brilló Curro Molina con los palos y Cristóbal Cruz picando al tercero.

el 26 sep 2009 / 20:20 h.

El tesón de Castella y la generosidad del palco puso en la manos del francés la única oreja de un pobre espectáculo que, a priori, carecía de hilo argumental. Al mano a mano entre el diestro galo y Morante de la Puebla le faltaba un toque de competitividad que no fue óbice para que el personal abarrotara la plaza de la Maestranza a pesar de la caída del cartel del Cid, que apuró hasta el último momento la decisión de estar presente en Sevilla cuando todo el mundo -hasta uno de sus apoderados- daba por segura su comparecencia en la Maestranza en la primera corrida de la Feria de San Miguel. Pero Manuel Jesús no se perdió nada.

La corrida de Parladé la podían haber mandado directamente al matadero por hechuras y un extraño comportamiento que desconcertó a partes iguales a público y asistentes.
Y el caso es que el primero de la tarde, flojo y soso, nobloncete, alto de cruz y mal hecho, permitió hilvanar a Morante una faenita plagada de detalles que podría haber puesto en sus manos una oreja de haber atinado con los aceros.

Hubo un puñadito de naturales de seda en las rayas, un molinete de otro tiempo y aunque las fuerzas del toro no daban para más, Morante aún le volvió a pasar por el lado izquierdo antes de improvisar un kikirikí marca de la casa que puso la firma al minueto.

El tercero de la tarde hizo albergar algunas esperanzas. Cambiante de comportamiento, una verónica brilló en medio de la lidia y despertó a la parroquia. Cristobal Cruz se pasó en el primer puyazo y le recetó un segundo de libro. Pero la lidia en el segundo tercio fue un auténtico desastre que el presidente acabó resolviendo al ordenar el cambio.

El toro se puso a la defensiva, clavado en la arena, y Morante no se dio coba. Le quitó las moscas, le anduvo por la cara y sin más se fue en busca de la espada a pesar del enfado del público. Es lo mejor que hizo, andar diez minutos de reloj citando a un toro por aquí y por allí cuando el lucimiento es imposible aburre hasta a las ovejas.

El de la Puebla salió mucho más dispuesto a lancear al quinto de la tarde cuando casi nadie daba un duro por los toros de Juan Pedro Domecq Morenés. Lo saludó con un puñado de capotazos genuflexos y lo cuidó algo más en varas, pero el animal llegó a la muleta con una guasa sorda, un peligro escondido con el que se estrelló el empeño de Morante, que apostó todo llevándoselo a los medios aunque el toro sólo se mostraba probón y avisado. Definitivamente desengañado, se fue por la espada.

Castella tuvo que ver como le devolvían al primero de su lote por evidente falta de visión en un ojo. Pero el sustituto tampoco dejó de hacer cosas raras en la lidia y acabó cambiando a malo a pesar del templado inicio de faena del diestro francés, firme y resuelto a triunfar, muy por encima de un toro que pasaba siempre midiendo al torero y amenazando con derrotar hasta derribarlo sin consecuencias.

El empeño de Castella le hizo arrancar una serie de muletazos, pero el toro tomaba el engaño a regañadientes, pegando cabezazos y venciéndose en los embroques hasta el punto de arrancarle la muleta de las manos dos veces. Parecida canción se iba a repetir con el cuarto, un toro que salió del caballo muy a su aire y que mejoró algo el tono en un quite sin llegar a entregarse.

En la muleta, más de los mismo: extraños frenazos, peligro sordo y punteos al engaño a pesar de la inquebrantable entrega de Castella. Pero el francés se pudo desquitar con el sexto al que cuajó un brillántisimo, limpio y emocionante inicio de faena resuelto con dos pases cambiados por la espalda, un molinete y uno de pecho al que siguió una faena tesonera que acabó por reventar en la sobredosis final, muy metido entre los pitones hasta llevar al toro por donde no quería ir. Castella tiró de él en varios circulares invertidos y se jugó el tipo sin trampa ni cartón. Tenía el trofeo en la mano, es verdad, pero el bajonazo con el que culminó su notable faena empañó la oreja.

Por cierto, ayer se cumplían 25 años de la muerte de Francisco Rivera Paquirri en la plaza de Pozoblanco. Al gran maestro de Barbate le dieron una vuelta al ruedo póstuma en la plaza de la Maestranza antes de ser enterrado en el cementerio de San Fernando. En esa misma plaza nadie tuvo ayer la suficiente sensibilidad para honrar su memoria de una manera verdadera y sinceramente taurina -alejada del circo de las televisiones- con un minuto de silencio. A quien corresponda, que Dios se lo premie o se lo demande. Amén.

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