Cultura

'Fidelio' y la batuta de Barenboim ponen en pie el teatro Maestranza

Con una versión no especialmente pronunciada, tampoco contundente pero firme y de inusual aire marcial, Daniel Barenboim puso el martes en pie el Teatro de la Maestranza, repitiendo la apoteosis de su primera comparecencia este verano e incrementando el golpe de efecto gracias a la prestancia del Orfeón Donostiarra, que en su intervención conclusiva en este Fidelio concertante casi pareció adelantar la cantinela final de la Novena Sinfonía.

el 16 sep 2009 / 06:38 h.

Con una versión no especialmente pronunciada, tampoco contundente pero firme y de inusual aire marcial, Daniel Barenboim puso el martes en pie el Teatro de la Maestranza, repitiendo la apoteosis de su primera comparecencia este verano e incrementando el golpe de efecto gracias a la prestancia del Orfeón Donostiarra, que en su intervención conclusiva en este Fidelio concertante casi pareció adelantar la cantinela final de la Novena Sinfonía. Tan impulsiva fue en la coda la batuta del maestro que con el estrambote nos hizo olvidar los defectos de base que acarreó durante toda la función la esforzada Orquesta del Taller del Diván.

Conseguir dar vida a un título como Fidelio y presentarlo de buenas maneras -como hizo Barenboim- no está al alcance de ninguna orquesta veraniega y juvenil (con permiso de la Gustav Mahler Jugendorchester), liga en la que juega el Diván. Y ya que a este conjunto no se le puede medir por sus éxitos en el terreno de la paz -desgraciadamente sigue sin tener presencia en escenarios de Oriente Medio- la auscultaremos como lo que es, un magnífico máster estival para un grupo de chavales de aquí y de allá que montan la ópera de Beethoven, y lo que se encarte, con la ayuda de los profesores de la Staatskapelle de Dresde y, en la recta final, con el mismísimo Barenboim, que guste o no (sus criterios son siempre tan discutibles que dividen al público), saca oro de debajo de las piedras.

Tras una obertura musculosa, ejemplar en cada sección, la Orquesta del Diván, por más que Barenboim insistía con sus maneras bravas y procelosas, sonó en muchos momentos de forma anodina y dispersa, lo que no obsta para señalar las notables aportaciones puntuales en las secciones de cuerda, viento y especialmente madera. Desde luego, el maestro argentino-israelí impuso un sonido netamente beethoveniano, pero como casi siempre en él, en exceso aguerrido, huérfano de ligereza romántica.

Arropando con mimo al grupo, en el elenco vocal sobresalió una portentosa Waltraud Meier que vino a resarcir el mal sabor de boca dejado en su último recital en el Maestranza. La legendaria mezzo desplegó su timbre sensual y envolvente, sin atisbo de cansancio, y otorgó una marcada expresividad en cada intervención, incluidos los sencillos textos de Edward Said, que sirvieron para entender mejor la trama a falta de escenario.

Sir John Tomlinson, que comenzó bajo y cavernoso, fue entonando mejor con el transcurso del tiempo para dar con su mejor cuerpo, ese timbre pastoso pero bien proyectado que le ha permitido hacer tanto repertorio alemán. El tenor Simon O'Neill lleva una carrera en alza; sus dificultades técnicas cada vez son menores y su agilidad se duplica por momentos. El barítono Peter Mattei caló regular las notas bajas pero su presencia y arrojo explican su incipiente éxito. Correcta también la soprano Adriana Kucerova, quizás no con un instrumento especialmente atractivo, pero bien timbrado y con personalidad dramática.

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