Cultura

Francisco Rivera Ordóñez festejó con un gran triunfo su corrida número 1000

Casi nada falló al guión previsto. Más allá de la conmemoración de la corrida número 1000 de una carrera que ya inicia su camino de vuelta, la encerrona en solitario con la que Francisco Rivera Ordóñez quiso celebrar la efemérides. Foto: EFE.

el 15 sep 2009 / 10:05 h.

Casi nada falló al guión previsto. Más allá de la conmemoración de la corrida número 1000 de una carrera que ya inicia su camino de vuelta, la encerrona en solitario con la que Francisco Rivera Ordóñez quiso celebrar la efemérides se convirtió en un auténtico homenaje a tres dinastías de hombres de luces que se injertaron en el hijo de ese figurón del toreo que fue Paquirri; en el nieto del maestro de Ronda, piedra angular del clasicismo torero.

No falló la gente de Rivera: sus amigos, su familia ni el recuerdo de la sangre torera de todos los que le precedieron en la arena caliente de los ruedos. Más allá de los seis toros preparados para la ocasión, se trataba de festejar una carrera y una tradición que comenzó muchos años antes de que Francisco Rivera Ordóñez naciera.

Ambiente fuera y dentro del bello coso de Estepona, que en su aire encalado, aún destila el sabor congelado de aquellos años idílicos, de aquel turismo incipiente en los que la Costa del Sol aún era el paraíso de una España diferent y por fin ilusionada. Curiosos, cazautógrafos, famosos y menos famosos, esos frikis al uso en busca de su minuto de gloria ante la cámara, nadie quería perderse la llegada de Franciso Rivera Ordóñez al coso de Estepona, impecablemente vestido de azul pavo y oro para conmemorar ese particular milenario torero que, además, ha tenido un beneficiario muy especial. Rivera ya había decidido hace algunos meses que la destinataria de los fondos obtenidos con el festejo iba a ser la Asociación Andaluza contra la Fibrosis Quística, con cuyos responsables le unen lazos afectivos y familiares.

Pero, pasada la parafernalia previa, los fogonazos de los flashes y el habitual acoso de las alcachofas, casi habíamos olvidado que en los chiqueros de la plaza de Estepona aguardaban encerrados seis toros para Rivera Ordóñez, que tuvo que afrontar el trascendental compromiso algo mermado de facultades, aquejado de unas fuertes molestias en el hombro que viene arrastrando desde hace algunas fechas y que le asaltan de manera especial al entrar a matar.

El primero de la tarde, tocadito de pitones y marcado con el hierro de Carlos Nuñez, le permitió estirarse a medias a la verónica. El toro protestaba siempre por arriba y no le dio demasiadas opciones a Francisco Rivera Ordóñez que basó su trasteo sobre la mano izquierda sin que el animal llegara a emplearse de verdad, sin que humillara ni una sola vez en la muleta. El diestro anotó dos templadas series de naturales y comprobó en los remates que el toro no tenía ni un muletazo por el derecho y protestaba siempre. Una estocada caída y trasera le sirvió para cortar la primera oreja de la tarde. Había que animar el cotarro.

El segundo, de Daniel Ruiz, hizo albergar muchas esperanzas por su temperamento inicial. Rivera lo había recibido en el tercio con una larga cambiada a la que siguió un templado ramillete de verónicas. Hubo caricia en el galleo por chicuelinas, buen gusto en los remates y bríos en el animal, que puso en algunos apuros al matador cuando cogió los palos. Espoleado por el motor de su enemigo, Rivera lo brindó al público sin saber que en dos muletazos se iba a desinflar. Noble por el pitón derecho, sin entregarse del todo, la faena no llegó a tomar cuerpo tampoco por el izquierdo, por el que se desplazaba a media altura, derrengándose a chorros. El final del trasteo, muy metido en los pitones, con el toro hecho un marmolillo, se animó con los últimos adornos y molinetes, que devolvieron la alegría a los tendidos que pidieron las dos orejas para el matador después de una contundente estocada.

Mucho más entonada, sin rematar con los aceros, fue su faena al tercero de la tarde, un noble ejemplar de Zalduendo al que templó en un doble ramillete de cadenciosas verónicas antes de banderillearlo en medio de un clamor, especialmente en el tercer par resuelto al quiebro y culminado con el alarde de pararlo en los medios. La faena, templada y de trazos suaves, estuvo principalmente vertebrada en tres series de naturales. No hubo el mismo acople por el derecho, pero una larguísimo y deslizante circular invertido resuelto con un cambio de mano devolvió el hilo argumental a una faena culminada muy entre los pitones, con un variado para todos los públicos que habría puesto en sus manos dos orejas si no llega a ser por su calamitosa espada.

El cuarto, el segundo del envío de Carlos Núñez, llegó muy mermado de fuerzas al último tercio. Un fuerte volantín lo había quebrantado en los primeros compases de su lidia y en la muleta de Francisco sólo pudo dar algunos topetazos, reservón siempre, tardo en todos los cites, evidenciando sus escasos bríos. No quedaba otra que abreviar. Recibió al quinto -de Daniel Ruiz- con una larga cambiada a portagayola, algo accidentada, que remedió con una nueva larga de hinojos, esta vez en el tercio. Reservón en banderillas -que esta vez colocó la cuadrilla- el toro no hacía presagiar demasiadas alegrías. Rivera planteó su trasteo entre las rayas pero el toro, un auténtico mulo sin estilo y prácticamente intoreable, sólo le dejó la opción de abreviar de nuevo y echarlo abajo, no sin algunas dificultades.

Pero en los chiqueros aún quedada un toro, marcado con el hierro de Zalduendo, al que recibió animoso a la verónica dejando que su estrafalario sobresaliente instrumentara un inclasificable quite. Había que remachar la fiesta y Rivera tomó los palos cuajando un gran segundo tercio que se vivió como un acontecimiento. La faena, brindada a su hija Cayetana, se jaleó desde el principio. Rivera templó las asperezas del animal y se entregó sin fisuras a la vez que el público, que no se cansó nunca de apoyarle. Los naturales a pies juntos, templados y ligados, fueron lo mejor de una labor que ponía el broche a una efemérides y un loable empeño.

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