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Fundación Atarazanas lleva a Suecia a 20 alumnos

A las seis de la mañana del viernes pasado, en lugar de seguir acurrucados en sus camas, 20 alumnos de 6o de Primaria del colegio Duques de Alba, en Gelves, estaban facturando el equipaje en el aeropuerto de Sevilla.

el 15 sep 2009 / 16:14 h.

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A las seis de la mañana del viernes pasado, en lugar de seguir acurrucados en sus camas, 20 alumnos de 6o de Primaria del colegio Duques de Alba, en Gelves, estaban facturando el equipaje en el aeropuerto de Sevilla. A las 7.25 de cualquier otro día habrían entreabierto los ojos para desayunar, ducharse e ir a la escuela. Pero allí estaban, cogiendo un avión, y para la mayoría era el primer avión de sus vidas, el primer despegue. A

sí que habían tensado hasta el límite los párpados, abriéndolos todo lo posible para no perder detalle. Ese diámetro ocular en el que parece que los ojos se van a salir de las órbitas sólo lo consiguen dos cosas: la falta de presión en la cabina del avión, y la capacidad de entusiasmo de un niño de 10 años. Como no fue un viaje accidentado, debió tratarse de lo segundo. Paqui, la directora, y las maestras que viajaban con ellos -María, Carmen y Silvia- les miraban con desazón, conscientes de lo mucho que les cuesta a ellas que los chicos presten atención a esas horas intempestivas de la mañana.

A las 9.00, la tropa estaba mirando los techos de madera de la T-4 de Barajas. Hora y media después se subían al segundo avión de sus vidas, ya con la experiencia del pasajero profesional. Y tras cuatro horas de vuelo aterrizaron en Estocolmo, capital de Suecia. Cuando llegaron al hotel, habían pasado 14 horas y seguían frescos como salmones escandinavos.

Durante tres días, Estocolmo se convirtió en un gran aula abierta. Aprendieron que Suecia tiene reyes, pero que la capital no tiene alcalde, y las decisiones las toman los tres concejales más importantes. Vieron que la mayoría de los suecos son rubios, que las calles del centro están empedradas y los techos de las iglesias son de metal verde.

Estuvieron en la Sala Azul del Ayuntamiento, donde se celebra la cena de los Premios Nobel, y se dieron cuenta de que no era azul, sino roja. Descubrieron que Estocolmo lo forman 16 islas unidas por puentes, y que allí se mezclan las aguas dulces del río y las saladas del mar, y que muchos suecos viven en barcos y que hay barcos que son restaurantes y otros que parten el hielo cuando se congela el mar.

Entraron en el Museo Vasa y vieron el enorme galeón del siglo XVII, y a muchos les pareció "un barco fantasma". Les contaron que aquel galeón de guerra fue construido con más peso del que podía soportar, y que se hundió 15 minutos después de salir del puerto, delante de todos, y 333 años después fue reflotado y trasladado a la orilla, donde lo cubrieron con un edificio a medida que más tarde se hizo museo.

Las madres habían cargado a sus hijos con móviles. Cada hora sonaba una melodía y de corrido uno de ellos se ponía a narrar todo lo que estaba viendo en ese instante. Todo era nuevo, todo era interesante y divertido. ¿No son esos los principios de la educación? ¿No deberían serlo? Una clase de Lengua o de Historia debería ser tan emocionante como un viaje a Estocolmo, sólo así los maestros estarían seguros de que sus alumnos no olvidarán lo que les han enseñado. Pero remontémonos unos meses para saber cómo han llegado los chicos a Suecia.

Todo empezó cuando la Fundación Atarazanas logró que esos 20 alumnos de Primaria hicieran lo que la Consejería de Cultura no había sido capaz de hacer en siete meses: diseñar los usos museísticos para los astilleros del siglo XIII y rescatarlos del abandono que padecen. Ese compromiso lo había asumido la Junta antes de las elecciones y dejó de asumirlo justo después.

La Fundación, convencida de que el escollo era la falta de voluntad, decidió poner el asunto en manos de la especie más voluntarista de la Tierra: los niños. Convocó un concurso de ideas dirigido a los colegios de Sevilla, y los chavales, sin la presión presupuestaria que sufre la Junta, dibujaron los interiores de las Atarazanas y los llenaron de juegos, cine, teatro, música, exposiciones... Así, sin saberlo, los chicos del colegio Duques de Alba se hicieron cómplices de las Atarazanas.

Y en compensación, el presidente de la Fundación, José Martínez, se los llevó a Estocolmo. Fue una especie de guiño a la consejera, que llevaba meses esquivándole y "haciéndose la sueca". "Espero que algún día el museo de las Atarazanas tenga tantos visitantes como el Vasa", les dijo a los chavales. Un millón al año, nada menos.

Suecia les despidió el domingo. Iban en el avión Alejandro, Carlos, con flequillo de Tintín, Adrián, José Manuel, Juan Antonio, que le trajo un regalo a Alba, su novia, Alejandro Porras, que se enteró tarde de que había que pagar lo del minibar, Manolo, Laura, Marta, Jaime, Ángela, Jesús, que se vino sin cumplir el sueño de comer bogavante, Virginia, Paula, Elena, Laura, Juanino y María, las que más sintieron no poder bañarse en el spa del hotel, porque los 20 no cabían, Albán, José Miguel y José Manuel, que perdió el miedo a bajar al metro. Dos días después, volvieron todos al colegio.

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