Economía

Historias de familia en el astillero

Los Alarcón suman ya su tercera generación en activo.

el 24 nov 2009 / 22:15 h.

Ambos comparten nombre, sangre y profesión, aunque treinta años les separan. Mono azul de faena y casco bien calado, Bernardo Alarcón Jiménez y su hijo, Bernardo Alarcón García, salen a media mañana del astillero. Queda ya lejano el bullir de gentes por las instalaciones y el trasiego de camiones descargando material. A lo sumo, un par de coches vienen y van.

Desde hace unos cuantos días, la tan temida inactividad ha vuelto a instalarse en la factoría. No hay dinero para continuar los trabajos en los tres barcos que, como la plantilla, esperan una pronta solución. Y urge porque esta misma semana acaba el plazo -ultimátum podría considerarse- que ha dado el armador Viking Line para cancelar su pedido que, por cierto, acumula un año de retraso.

Y eso costaría 80 millones de euros, a sumar a la deuda de 80 millones más que soporta Astilleros de Sevilla. Y sin hablar de los más de 200 que adeuda Astilleros de Huelva, propietario del 80% de los de Sevilla.

Bernardo hijo no lo ha conocido, pero su padre sí. Y el padre de su padre, Antonio Alarcón, también. Tres generaciones de trabajadores que han vivido más penas que glorias. Y eso que, de éstas últimas, también las hubo. "Yo entré con 18 años en una contrata, en Recalux. A los dos años ya tuve la primera batalla porque no nos pagaban", y unos años más tarde entró en plantilla. No pensaba entonces que le tocaría vivir tantas movilizaciones, cortes de carretera y alguna que otra batalla campal con la Policía.

Pero aún recuerda cómo la primera vez que entró en el astillero lo hizo junto con otras 5.000 personas. Por aquel entonces -corría el año 1973, eran tiempos de esplendor de la industria naval- salían hasta once barcos al año de Sevilla.

Reconversiones las ha vivido todas. Nació en 1955, sólo dos años más tarde que el astillero sevillano, y en él ha dejado 36 años de su vida. ¿La peor? "Sin duda ésta, porque nos toca el dinero. Antes éramos públicos y no había problema por eso, sino de poco trabajo. Ahora es al revés, hay mucho trabajo pero no dinero". Y es que la empresa ha comunicado a los trabajadores que ya no hay para pagar las nóminas de noviembre. Lo único que quiere un trabajador es cobrar por trabajar. Nada más, dice.

Sin embargo, y pese a esta situación límite -"fíjate, además, las fechas que se avecinan", con la Navidad a la vuelta de la esquina- cree que ya pasó el tiempo de las barricadas, ya que el único culpable de la situación es el empresario onubense, "no los sevillanos, ni la Junta", cuyo plan de viabilidad avalan. Y, además, "¿de qué serviría?".

Aun así, es consciente de que el astillero ha logrado levantarse tras cada reconversión -"¿vamos ya por la sexta o la séptima?"- gracias al esfuerzo de la plantilla y, en muchas ocasiones, a sus protestas. Sin embargo, también han pasado otro tipo de facturas, de ésas que no se ven pero que dejan secuelas dentro.

Como otros tantos compañeros, Bernardo sufrió durante dos años una depresión que, afortunadamente, logró superar. "Sentía el estrés de venir y no poder entrar, de ir a las carreteras, de pelear con los policías... todo eso se queda dentro, hasta que sale".

"Los que llevamos toda la vida trabajando podemos tener algunos ahorrillos, pero ¿qué pasa con la gente joven?", se cuestiona mirando a su hijo, aunque se queja de que, tras una vida dedicada al astillero, no es ésta la mejor manera para concluirla.

El otro Bernardo, el pequeño, sólo tiene 24 años. Su desembarco fue auspiciado por su padre que, además de su oficio de soldador oficial de primera y montador, es uno de los profesores que imparte formación a los chavales que, como su hijo, llegaron buscando aprender un oficio.

Con la privatización, hubo meses de mucha actividad y en este tiempo más de 200 jóvenes se especializaron en distintas tareas con el compromiso de un contrato de seis meses, aunque algunos permanecieron dos años.

Hoy, la mayoría de esos chicos está en la calle. Sólo queda una treintena. "¿Qué han hecho con el dinero de las subvenciones por formación que ha recibido la empresa?", se pregunta el joven, que pertenece a la plantilla desde julio de 2007 y cuyo contrato está a expensas de lo que ocurra con el barco de Viking Line. "Me lo han prorrogado hasta la botadura de ese barco", pero, como los demás, no sabe qué ocurrirá después.

"Mi padre me animó a entrar porque había trabajo en el astillero y porque no me gustaban los estudios y trabajaba muy duro como albañil". Ahora se lamenta de que, para comprarse un coche nuevo -aprovechando las ayudas- le exigen al menos dos avalistas. "Como todo el mundo, tengo letras que pagar y vivo al día".

Prácticamente como la empresa, que está pendiente de que, en breve, le corten el suministro de luz y de gas, tal es el grado de asfixia de sufre, y que vendría a certificar la defunción de la actividad.

Frente a las puertas del astillero han desaparecido las tiendas de campaña que trabajadores rumanos de una subcontrata habían instalado en demanda del dinero adeudado. "Les dieron 50.000 euros y se han marchado". No era todo lo que le debían, pero mejor eso que nada, explican.

Toca volver a la planta y buscar cosas que hacer mientras llega el final de una etapa -otra más- en la historia del astillero.

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