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Inmigrantes camino de Cornellá

Como aquel joven e inexperto temporero camino de la recogida de la fresa, el Sevilla no supo, o quizás no quiso, exhibir sus ideales, aquellos que, gusten o no, habían sido su principal escudo para continuar en el grupo del líder de la Liga.

el 21 mar 2010 / 00:15 h.

Timorato y descapitalizado. Pacato y raquítico. Inerme y acomplejado. Así, aunque sea en una interminable lista de adjetivos peyorativos, buscó su esencia el Sevilla de Cornellá, aquel que protagonizó un brindis al sol entre un ejército de soberbios y pseudo-psicológos. Aquel que regaló dos horas de comedia y circo a los inmigrantes de la Andalucía del franquismo. Aquel que reverdeció las tardes de dulce agonía en las desérticas gradas del Cuarto Anfiteatro del Nou Camp de los 70. Aquel que enterró el esplendor del presente para rescatar su pasado más cicatero. Aquel que se apagó al son de los aplausos por el Antonio Puerta ahora convertido en huella inmortal.

El Sevilla asió la bandera blanca de la rendición antes del gol de Osvaldo, que clavó en la red su sedoso cabezazo ante la pasividad y extraño conformismo de dos centrales de postín. Jiménez no es el principal culpable de la crisis, ya hastiosa y contagiosa, de un bloque sin estilo. Quizás porque el arahalense trata de no sembrar críticas y desaires antes de imponer su estilo, su esencia, su visión de una realidad loable... Porque Jiménez, entonces en el filial, se ganó el efímero aplauso de la grada con un sistema defensivo que originaba cefalea en los ingratos rivales de la Segunda B y que ahora no es capaz de implantar, quizás por un divorcio con el riesgo, en la primera plantilla. Porque Caparrós gobernó en el Pizjuán mascando chicle y modelando una resistencia cual madriguera en plena Sierra Morena.

Es Jiménez un preso de la ideología colectiva, como aquellos inmigrantes que ayer clavaban sus vidriosas pupilas sobre la bandera de Andalucía y que nunca pudieron entonar el cancionero que sonó melódico de Hospitalet a Sabadell. De Terrassa a Premiá de Mar. Porque Cornellá, nido de temporeros y antiguos obreros camino de la fábrica, ejecutó al Sevilla de los miedos y los complejos. Y a Jiménez. De la misma forma que a aquellos andaluces que escondían su acento en la Barcelona de los 70 y que ayer olvidaron el cruel pasado.

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