Cofradías

Jueves Santo: Seda, ruán, merino y sarga

Sevilla se convierte en un templo, se mira en sí misma y halla su imagen más inconfundible.

el 01 abr 2010 / 10:06 h.

Una imagen clásica del Jueves Santo.

De los Negritos a Pasión, la jornada del Jueves Santo adentra a la Semana Santa de Sevilla en su imagen más inconfundible, en su espejo más cierto. Comienza el Triduo Sacro, la ciudad ya es un templo.

La ciudad se mira en sí misma, reconoce lo mejor de los suyos cuando los primeros tramos de la cofradía de los Negritos pisan el asfalto ardiente de una Ronda histórica que ya no es huerta, arrabal ni camino. Es la apertura de un nuevo Jueves Santo -cruz de las toallas, hermanos demandaderos, palio de Guajiras, escapularios concepcionistas- que adentra a Sevilla en el espejo de su memoria más cierta.

La caoba oscura del Cristo de la Fundación; las coronitas de cristal del palio de Los Caballos; los bordados regios de la Señora de la Victoria y el pendón de Castilla; los rosarios que Arruza ofrendó a la Reina de la Feria y los bullones intransferibles de su manto; la cruz velada, el bronce venerable de la Quinta Angustia; la hojilla de plata y el azogue antiguo del Valle; la plata de Pasión, los hábitos mercedarios que arropan el dolor de la Virgen de la Merced sólo son algunas de las volutas de un impresionante retablo de detalles que invita a disfrutar las cofradías desde la Cruz de Guía al preste con delectación y calma, con el íntimo regodeo de quien sabe mirar y gozar con algo más que dimes y diretes, mecidas, cornetazos y exhibiciones del costal.

El día se encara temprano, a la hora nona que en sólo una jornada asistirá a la muerte de Dios en un madero. Es el mismo Dios venerado en las imágenes antiguas que bendecirán la ciudad desde los bloques del desarrollismo burgués de Los Remedios a los naranjos de Doña María Coronel. Si Dios es exaltado en la cruz en los Terceros al sol de la tarde, también es reservado en esos Monumentos parroquiales y monjiles en la penumbra de los templos. Es esa Semana Santa interior de los oficios y las devociones viejas que pone lo mejor de su casa para honrar y venerar al Señor de los Señores. Es la Semana Santa intramuros, de puertas para adentro, que sólo abrirá la perdida muralla al cortejo de raso, merino y escudos bordados en oro de la cofradía de Las Cigarreras, que sigue sin despejar por completo su futuro en la capilla fabril del otro lado del río. Quién sabe, quizá su lugar en el futuro esté junto a sus orígenes después de la desaparición del gremio que justificó durante tantos siglos su existencia.

Son los mismos siglos que contemplan la historia de las hermandades del Jueves Santo: 450 años en el caso de la cofradía de Monte-Sión, un aniversario que ya celebró en forma de salida extraordinaria -¿y premonitoria?- del Cristo de la Salud. El revuelo de merino y terciopelo negro de los tramos de la corporación de la antigua plaza de Los Carros se completará este año con una representación de nazarenos de la Estrella que también anda de conmemoraciones y devolverán la visita protocolaria que el Domingo de Ramos oficiarán sus hermanos del Centro.

Pero el Jueves Santo sevillano implica también una cita con la historia más hermosa, el recuerdo de esas historias enhebradas en leyenda: como el secreto hermoso de aquellos hermanos morenos que vendieron su libertad para costear el culto del Cristo de la Fundación. O ese reflejo de la cera y la anochecida que pinta los ojos verdes de la Virgen del Valle, que cubre de un barniz romántico a sus tramos de otro tiempo.

Pero a la historia hay que cuidarla y refrescarla, arrancarle el brillo y los esplendores para que la gran fiesta de Sevilla siga siendo un cuerpo vivo alejado de ese olor a naftalina de otros lares, de otras costumbres, de otras maneras de vivir y sentir los ritos heredados. Y así, los talleres de orfebrería de Manuel de los Ríos y el de carpintería y retablística de los Hermanos Caballero han permitido devolver el bronce y la caoba de la Quinta Angustia al esplendor de principios del siglo XX. El metal -una aleación de bronce en realidad- ha retomado un color de oro viejo que adorna esos fanales de galeón de la Armada de Castilla que navega con la hermosa dolorosa modernista de Rodríguez-Caso y el misterio barroco del Señor del Descendimiento.

Esa misma fidelidad a la historia es la que ha alentado la recuperación del manto de la Virgen de las Lágrimas, uno de los estrenos más rutilantes de un Jueves Santo al que sólo le faltará el sol del tópico para hacer brillar los bordados restaurados y el tisú renovado gracias a la paciencia informática del diseñador cordobés Rafael de Rueda y la técnica amanuense del bordador astigitano Jesús Rosado. Esa será una de las dos grandes novedades de una jornada que también asistirá, vencidas las últimas reticencias internas, a la sonoridad del palio de la Virgen de la Merced, galeón de plata que cierra el día en la Carrera Oficial.

La decisión de incluir música, que fue oportunamente refrendada en un cabildo general de los hermanos de Pasión, ha tenido que sortear dos impugnaciones que Palacio ha desestimado con prontitud a pesar del estrecho margen de maniobra con el que contaba. Ésa será la firma a una jornada que se marchará con placidez, impasible ante ese hondo bramido, el terremoto sordo que precede a la noche sin riberas. Aún quedará la madrugada...

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