Esta actividad, que se identifica con Morón desde hace siglos, ha disminuido notablemente a lo largo de los últimos años. Es por ello, que con este reconocimiento se pretende recuperar la cal artesanal que tantos beneficios ofrece para la restauración. Como cuenta Manuel Gil Ortiz, presidente de la asociación, cuando tuvieron conocimiento de que este comité intergubernamental reconocía oficios tradicionales, "pensamos que el trabajo del calero y el producto podría obtener esta distinción".
Historia. Y es que, a pesar de ser un actividad en vías de extinción, hace siglos que se practica. Los restos más antiguos de este material son los frescos de la ciudad Çatal Hüyük (Turquía) que datan del sexto milenio antes de nuestra era. Luego los romanos recogen la experiencia de los estucos egipcios y los enlucidos griegos aplicando sus cualidades para la construcción. Pero no es hasta el siglo XVIII cuando el oficio llega a la localidad, alcanzando auge en Morón a principios del siglo XX con 30 hornos dedicados a la producción.
Desde tiempos históricos este producto, que tiene 130 utilidades, se ha destinado principalmente a la construcción, como montero de revestimiento y el blanqueo. Sin embargo, en los últimos años, se está utilizando en otros campos como la restauración. Es el alto coste económico lo que ha motivado que, poco a poco, se vaya perdiendo este oficio centenario. Frente a los 40 días que se tarda en tener finalizada una hornada, cuya producción es de 100.000 kilos de cal, se encuentran las siete horas para tener la misma cantidad de material industrial.
Bajo el título de Revitalización del saber tradicional de la elaboración de la cal artesanal, el oficio calero compite con los patios de Córdoba y Sevilla para obtener el reconocimiento de Bien Inmaterial de la Humanidad que se fallará el próximo mes de noviembre. Seguro que la cal, al igual que lo hizo el flamenco, tendrá su sitio como una de las tradiciones más arraigadas de nuestra comunidad.