Cultura

La Caracolá cambia de palo

Lebrija celebró el pasado sábado su tradicional Caracolá, con un estupendo cartel y una gran entrada de público. La Plaza del Hospitalillo presentaba un aspecto inmejorable.

el 15 sep 2009 / 08:21 h.

Lebrija celebró el pasado sábado, día 19, su tradicional Caracolá, con un estupendo cartel y una gran entrada de público. La Plaza del Hospitalillo presentaba un aspecto inmejorable. Todos los artistas estuvieron a buena altura.

El Ayuntamiento de Lebrija le ha pegado un cambio a La Caracolá que no la conocen ya ni los padres que la engendraron. Pasó la etapa de las neveras y las improvisadas fiestas en el recinto, para dar paso a un festival de corte moderno, bien publicitado, con una organización correcta y una gran respuesta del público, que ha llenado todos los días la remozada Plaza del Hospitalillo del municipio.

Lo mejor de esta nueva Caracolá lebrijana es, sin duda, que la edición de este año, celebrada el pasado sábado, acabó antes de las tres de la mañana, cuando hasta hace poco los cantaores estaban en el escenario hasta la llegada del lechero. Y, que sepamos, se fueron todos a casa muy contentos y con los escalofríos lógicos que experimenta el cuerpo después de una buena noche de flamenco, la que ofrecieron Anabel Valencia, José Valencia, Isabel Bayón y José Mercé.

Cuando llegamos a Lebrija en sus tabernas se podía oler ya el ambiente flamenco; el sol se había ocultado para pasar la noche en la marisma y una luna absolutamente redonda alumbraba tímidamente las estrechas arterias que llevan a la Plaza del Hospitalillo. Eran ríos de hombres y mujeres, que acudían a la noche flamenca convencidos de que en Lebrija, si el cante es cabal, es donde más se entiende de él. Pero cuando los flamencos dan gato en vez de liebre de la marisma, los lebrijanos pueden ser los críticos más duros del mundo. No hubo gato por liebre, sino una entrega total por parte de los artistas, desde la debutante Anabel Valencia, que se dejó el alma, hasta un José Mercé que acabó bailando por bulerías con un desparpajo prodigioso y una gracia que sólo se puede encontrar en Jerez.

Anabel Valencia es una nueva cantaora lebrijana, guapa, flamenca hasta la médula y con ganas de ser figura. Lució un precioso vestido blanco, que destacaba su morena epidermis. De entrada, evocó bulerías de Lole para, a continuación, sentada al lado del buen guitarrista Juan Requena, cantar soleares de Alcalá con buen temple y acabar unas seguiriyas de gran profundidad con la valiente cabal de Juan Junquera. Se lo pío a una estrella. Con alegrías y bulerías, acabó una actuación que la confirma como una nueva voz del cante lebrijano. Con la luna ya en todo lo alto de la plaza y el público a gusto, le tocó el turno a otro Valencia, José, el otrora Joselito de Lebrija. Requena y Miguel Iglesias le tendieron una alfombra de seda con sus guitarras para que hiciera desfilar su honda voz por palos como la trilla y los cantes de levante, destacando en la levantica del Cojo de Málaga, La Tortolica.

Lo hizo todo pasando de un palo a otro sin interrupciones, ligándolos a lo Morente, lo que no es fácil. Son sus palos menos fuertes; se defendió mejor en las malagueñas de El Mellizo, en las seguiriyas y, sobre todo, en las cantiñas y las bulerías lebrijanas, donde El Torombo y El Bobote le metieron las manos con brío y arte. A José Valencia sólo le faltó más naturalidad en el escenario.

A José Mercé se le nota ya el cansancio, y eso que el verano no ha llegado aún a su ecuador. Demasiados contratos. Desgranó la mazorca de los cantes sin grandes novedades, con sus cantes de siempre, pero también con su conocida profesionalidad. Como todos los artistas de la noche, levantó al público, sobre todo cuando rememoró al gran Antonio el de la Carsá por fandangos y se pegó esa pataíta con tanto ángel ya comentada.

El baile tenía que cerrar la velada y lo hizo una estupenda bailaora, Isabel Bayón. David Lago y Miguel Ortega le cantaron de maravilla, y la sevillana nos regaló una seguiriya con decenas de detalles de gran plasticidad y unas alegrías tan flamencas que casi escuchábamos la música celestial de las olas de La Caleta. Con bata de cola, por cierto, lo que ya es novedoso en los tiempos que corren.

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