Cultura

La cita que cambió Sevilla

En 1984, el Ayuntamiento creaba Cita en Sevilla que logró poner en el mapa musical internacional a una ciudad provinciana y ombliguista. Ahora un libro conmemora el XXX aniversario de aquella revolución

el 23 feb 2015 / 11:35 h.

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ENTREVISTA A BERNARDO BUENO Bernardo Bueno y Miki Mata. Foto: José Luis Montero Los ochenta arrancaron con poco movimiento en el panorama cultural sevillano. Una ciudad sin apenas infraestructuras escénicas, ensimismada en sus tradiciones y en sus géneros musicales comenzaba a despertar tímidamente, al fragor de una movida que emergía en lugares como Madrid o Barcelona. Estas nuevas corrientes, que durante años se divisaron como ajenas desde la capital hispalense, de golpe y sin transición estallaron en 1984, cuando el recién constituido gobierno municipal socialista, con Manuel del Valle al frente, tomaba las riendas del Área de Cultura, desalojando a los andalucistas gracias a la mayoría absoluta conseguida en 1983. Se respetó la Bienal de Flamenco y la Feria del Títere, que aún sobreviven, pero se crearon nuevos festivales. Uno de ellos, Cita en Sevilla, supuso una aldabonazo de transgresión y modernidad, cuyo estruendo llega aún a nuestros días. Estuvo rodeado de polémica hasta su última edición de 1991, debido a la cancelación del ansiado Bob Dylan. Aquel año Alejandro Rojas Marcos recuperó la Alcaldía para elPA y exterminó ésta y otras iniciativas del PSOE. Una de las viñetas de Nazario que destararon la polémica en la ciudad por su osadía./ El Correo Una de las viñetas de Nazario que destararon la polémica en la ciudad por su osadía./ El Correo Ahora se celebra el 30 aniversario de aquel evento, que nació para dar contenido a los meses que iban de las fiestas de primavera al verano. Trajo a artistas y grupos impensables hasta entonces, como B.B. King, Miles Davis, Nina Hagen, The Kinks, Georges Moustaki, Ian Dury, James Brown, Leonard Cohen, Frank Zappa... además de lo mejores nombres nacionales. Publicó una controvertida revista que casi fue secuestrada. Desató las iras de los sectores más conservadores, que llegaron a reclamar la excomunión de sus responsables. En definitiva, puso en evidencia la concepción tan radicalmente opuesta que la izquierda y la derecha tenían de la cultura. Esta noche se presenta Cita en Sevilla. 30 años, un libro que recoge la historia de aquella aventura, al que seguirá en abril una exposición en la Fundación Cajasol. Los impulsores de aquella iniciativa fueron el entonces concejal de Cultura Bernardo Bueno, y su director de área y luego viceconsejero, Miki Mata. «Cita surgió de forma espontánea. Cuando llegamos al Ayuntamiento nos encontramos un panorama desolador. El concejal había sido Ortiz Nuevo, que se había se centrado en el sector andalucista. Había mucho ombliguismo, mientras en Madrid, Barcelona y San Sebastián estaban pasando cosas, y pensamos que aquí también tenía que llegar ese cambio», explica Mata, que le planteó la idea de este certamen. «A Del Valle le costó mucho, pero la apoyó». Tres meses de programación con un presupuesto de 60 millones de pesetas, «un dineral para la época». «Hoy no sería nada para lo que se movió», opina el fundador. El evento despertó tal interés, que algunos lo esperaban como quien aguarda a la Feria o la Semana Santa. Y eso que todo partió desde la más absoluta precariedad de un Área de Cultura con ocho trabajadores, frente a una administración inexperta: «Para contratar a Serrat nos pedían tres presupuestos, como una obra, y cuando pedimos el dinero para pagar a la Filarmónica de Londres, el interventor nos dijo que dentro de seis meses, como todos los proveedores», recuerda Bueno. La ciudad tampoco contaba con la red de auditorios y teatros que luego heredaría de la Expo. «Tuvimos que adaptar el solar de la Maestranza de Artillería, que funcionaba como aparcamiento, donde hoy está el teatro Maestranza. Hubo incluso cabreo cuando quitamos los coches. Se lograron 7.000 butacas, cuando aquí lo máximo que se reunían eran 900 espectadores», destaca Mata. Poco a poco, el público fue aceptando la propuesta y reclamando nombres. Simultáneamente, surgen manifestaciones artísticas como las revistas Figura o Artefacto. La creación plástica bulle en el Sur, mientras en Madrid circula ya que Sevilla no tiene movida, pero sí meneo. Y aunque para llenar algunos conciertos «había que abrir las puertas y rogar a la gente que entrase, porque no se había vendido ni para pipas», como pasó con Paquito D’Rivera, la Cita empezó a crear demanda cultural y llevó al público a reivindicar más. «Pusimos a la Sinfónica de Moscú en el Salvador un Viernes de Dolores, con lo que Moscú y el comunismo representaba, y vino tanta gente que muchos se quedaron de pie. El público comenzó a gritar: “Queremos un auditorio”. Otra vez llevamos a Montserrat Caballé al Lope de Vega. Ante la gente que se quedaba fuera, la soprano pidió poner 200 sillas más en el escenario y cantó en dos metros cuadrados. Al terminar, se fue a las autoridades y les dijo: “Aquí hace falta imperiosamente un auditorio”. Las infraestructuras que tenemos hoy se debemos a la demanda que generamos», coinciden ambos. Pero no todo fueron aplausos. Las ocho ediciones estuvieron rodeadas de críticas de la oposición. Alianza Popular, con un joven edil llamado Javier Arenas a la cabeza, denunció desde el principio la Cita, pidió incesantemente la dimisión de Bueno, e hizo que el Tribunal de Cuentas delReino auditara el festival. «La guerra es la guerra. Son palabras textuales de mi amigo Javier Arenas. Nos criticaba a diario con ferocidad, pero luego me llamaba: “Miguelito, dame entradas que quiero ir a ver a Ian Dury”, recuerda entre risas Mata. «Hay que reconocer que una parte de la ciudad nunca aceptó la Cita, por lo que significaba de transgresión. El PP se alineó con ellos», lamenta Bueno. Nina Hagen, con la Giralda como peineta, en otro de los carteles. Nina Hagen, con la Giralda como peineta, en otro de los carteles. Pero el episodio más grave se produjo a cuenta de unas viñetas de Nazario en la tercera revista de la Cita, en la que recreaba el escudo de la ciudad, situando en el centro al Papa Clemente, flanqueado por Santa Justa y Rufina encarnadas por travestis. En otra aparecía una escena de alto contenido homosexual bajo un cuadro de la Macarena. También se incluía un artículo de Kiko Veneno titulado Sevilla es una putita. Arenas pidió el secuestro de la publicación. Del Valle no retiró la revista, pero expresó «su más firme desagrado». El edil popular fue más allá: «Nazario no es más que un pobre desgraciado que sólo busca publicidad». Tres décadas después, no sólo queda la memoria. Bueno avanza que la Cita podría volver pronto. Una vez más, el destino de este festival dependerá de las elecciones.

Un crucificado, un desagravio a la virgen y una excomunión

La Cita estuvo plagada de polémicas que pusieron a Bueno en situaciones surrealistas. En la primera edición, Del Valle y él inauguraban en Plaza de San Francisco una exposición cuando un espontáneo fingió su crucifixión desde una terraza a gritos. «Hubo una denuncia y tuve que ir a declarar. La única vez en mi vida que he ido a un juzgado», recuerda Bueno. Otra vez, el festival trajo a Comediants, con el espectáculo Dimonis. Los artistas entraron por el río y luego la performance tomó espontáneamente la ciudad hasta la Plaza del Triunfo. «Un periódico se inventó que era una afrenta a la Virgen, porque un actor se habían bajado los pantalones. Hasta se organizó un acto de desagravio, un fracaso, con 20 personas con velas. Pero yo tuve que ir a hablar con el arzobispo Amigo Vallejo porque habían pedido mi excomunión. Él lo entendió todo. Ese mismo día, daban a Comediants el Premio Nacional de Teatro».  

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