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La cofradía de la brillante sencillez

el 16 sep 2009 / 01:00 h.

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Rosario salió con su chandal turquesa a ver a su Virgen. "No me ha dado tiempo ni de cambiarme ni nada, pero lo importante es que ya estoy aquí". Esta vecina de toda la vida del barrio de San Pablo intentaba hacerse un hueco con su hija en la abarrotada plaza de la parroquia de San Ignacio de Loyola. La Cruz de Guía de la hermandad acababa de poner sus pies fuera de la iglesia y en poco más de 20 minutos la Virgen del Rosario haría su aparición. Los vecinos habían acicalado el barrio -los cordeles de los tendederos lucían vacíos y en los balcones dominaban las telas granas- y nadie quería perderse la fiesta -entre el público había trabajadores con sus monos de trabajo y amas de casa con bolsas del supermercado e, incluso, espectadores desde palcos privilegiados: las ventanas de las cocinas o los salones de sus casas-.

A pesar de que tan sólo los de las primeras filas tenían el privilegio de ver a los adelantados nazarenos, la plaza entera aplaudía y gritaba olés y vivas al escuchar las primeras notas de la banda de los Desamparados. Una de las privilegiadas era la familia de Esperanza Villagrán y de Charo -otra Rosario- Ramírez. "De toda la vida del barrio, mi padre era hermano, mis hijos costaleros y mi hermano escolta del Cautivo", explicaba la primera detalladamente. Eso sí, a la hora de hablar sobre qué era para ella tener a su hermandad en la Carrera Oficial la cosa cambiaba: "Uf niña, no me salen ni las palabras". Tras enseñar su brazo en señal de estremecimiento fue su amiga Charo la que tomó la palabra: "Este año le vamos a pedir que se vaya la crisis, que aquí estamos regular". El toque del tambor de Fernando, de cuatro años, acalla a Charo. Quiere llamar la atención porque en ese momento está pasando todo un tramo de pequeños nazarenitos como él y aún más críos, con su antifaz subido y las manos llenas de caramelos. Unos 20 carritos guiados por las madres. Son el preludio del Cautivo. El bullicio continúa y justo cuando aparecen las figuras de Herodes y Caifás el barrio estalla en aplausos y vítores. "¡Es lo más grande, mira cómo baila!", grita Antonio, costalero, refiriéndose a los vaivenes del paso. Cuando casi habían cesado los aplausos salía la Virgen del Rosario con el manto burdeos aún sin bordar que encadenó una marcha detrás de otra antes de despedirse de su barrio. Por segunda vez, había que ir a Sevilla.

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