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La Cuaresma

Una serie de indicios iban señalando lo que habría de llegar. En las viejas tapias de La Barqueta, esquina con Calatrava, ensayaban tambores y trompetas despertando los aires tibios del final del invierno.

el 15 sep 2009 / 00:00 h.

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Una serie de indicios iban señalando lo que habría de llegar. En las viejas tapias de La Barqueta, esquina con Calatrava, ensayaban tambores y trompetas despertando los aires tibios del final del invierno. En la Plaza de San Francisco, maderas apiladas, ausentes de cualquier prisa, esperaban coger forma y convertirse en preludio de lo que serían palcos de la ciudad. Sillas y mesas plegadas ambas, sujetas con una cadena a cualquier árbol de la Campana o la Avenida eran punto de encuentro donde se podían abonar para toda la Semana Santa, aunque lo cierto era que todo terminara en alquiler del día a día, e incluso mientras transitaban ya las hermandades. El viejo reloj de cartón, marcador manual del tiempo de espera, y algunos escudos bordados de hermandades ocupaban el escaparate mientras que un maniquí, con túnica nazarena, se asomaba al balcón del Al siglo Sevillano constituyéndose en heraldos puntuales que nos llevaban, a ritmo de vivencias, hasta el lujoso Salón Colón del Ayuntamiento, con subida regia de marmórea escalera incluida, para disfrutar de los estrenos, algunos repetidos por varios años, de las cofradías: enseres bordados y metal nos hacían previvir lo impacientemente esperado. Hacía algún tiempo se podía ver colgado el capirote de la Alcaicería y, en la confitería La Gloria, alguien nos había contado que se vendían torrijas. Los templos cubrían sus altares con morados paños y nuestra vigilia se hacía vivencia real al darnos de cara con la parihuela de un paso que, portado por no más de diez o doce costaleros, hacían la mudá desde donde había dormido un largo año hasta la sede de su cofradía. Sólo cuando en calle Sierpes se pregonaba El programa o alguien nos regalaba un Gota a Gota despertábamos a la deseada realidad. Aquel niño de los años cincuenta se disponía a vivir tras escuchar Amarguras en el Programa del Oyente, la Semana más intensa y plena. Hoy, en los inicios del siglo XXI, mucho ha cambiado el mundo que rodea a las hermandades, pero lo trascendente aún permanece y la Cuaresma comienza su cuenta atrás.

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