La hora del caballo

El colegio María Auxiliadora y la familia Cid Begines de Los Palacios y Villafranca llevan una década practicando la hipoterapia con los pequeños del aula específica sin ayuda institucional

el 18 nov 2014 / 16:00 h.

600_Imagen Hipoterapia002_2 En el aula de Educación Especial del colegio público María Auxiliadora de Los Palacios y Villafranca, la media docena de críos que la componen –entre ellos, tres autistas, un down y un par de raros diagnósticos–, además de otros que se les añaden procedentes del aula ordinaria pero también con graves trastornos psíquicos, están deseando que llegue el viernes. No porque sea fin de semana, sino por el caballo. Los viernes toca caballo, es decir, hipoterapia, un tratamiento que corre por cuenta de los docentes que creen en su beneficio gracias al impulso del educador más veterano de este colegio, Ventura Sánchez, 26 años de paciencia con estos niños que el último día de clase desayunaban sentados a su alrededor, sin prisas, cada cual con su mandarina, su bocata o su zumo y la mirada perdida… «Este y aquella apenas emiten sonidos, pero ya los verás cuando lleguemos al picadero de Carlos», vaticina Antonio Moral, tutor y pedagogo terapéutico, señalando a dos alumnos, uno olvidado de su bocadillo; la otra sonriendo permanentemente. «Tienes que comértelo todo», la anima María del Carmen Pizarro, maestra de audición y lenguaje, pero es ella quien, finalmente, termina dándole las últimas cucharadas del yogur. Enseguida llegan Asun Benigno, pedagoga y jefa de estudios del colegio, y Micaela Mayo, otra pedagoga, con quienes los chicos sienten como el indicio definitivo de que les ha llegado su hora, la hora del caballo. Entonces sí se levantan ellos solos para que les laven las manos, organizan un pequeño jolgorio festivo mientras los maestros se ponen de acuerdo en quién lleva a quién. No hay autobús; los docentes ponen sus propios coches para llegar al picadero de la familia Cid Begines que, altruistamente, lleva nueve años ofreciendo sus instalaciones un par de horas a la semana «sobre todo por el compromiso con Ventura», reconoce Carlos, que se desvive no sólo por la alegría contagiosa de los niños sino por su atuendo: «eh, Luis, ponte bien el casco», le dice enérgico y cariñoso al primero que se quiere subir al caballo, mientras él mismo se afana con la cincha, la montura y unas correas. Mientras, los demás dan vueltas, unos de la mano de las maestras; otros en grupo, haciéndose carantoñas; alguno arriesgándose hasta el caballo, que de súbito sacude la cola, por una mosca, y los mayores se asustan. «El caballo no hace nada, sólo que es un ser vivo», tranquiliza Carlos, que le ha dado un cepillo a Ricardo y lo anima a que se acerque. «Así, así, muy suave». El chico ya ha cogido confianza. Los demás, atentos, también quieren. «Una sesión de hipoterapia como la que reciben aquí puede costar entre 30 y 40 euros», asegura Ventura, «así que no habría manera de costear esto si no fuera por la buena voluntad de esta familia. Algún año han hecho los padres una «pequeña colecta, pero algo más simbólico que otra cosa». «El problema es que un viernes es la feria de Dos Hermanas y entonces Carlos no puede; y otro viernes es la romería de no sé dónde, o la feria, y tampoco», tercia Antonio Moral, y añade: «y a esto se le daría cierta oficialidad y regularidad si tuviese el amparo de la administración». Ventura Sánchez ha presentado el proyecto, por escrito, al menos media docena de veces a la Delegación de Educación de la Junta de Andalucía, como proyecto de Innovación Educativa. «Pero nunca me lo han aprobado», se queja. Y, por tanto, ni un euro. «En la Junta piensan en la innovación de otra manera; el año pasado aprobaron un proyecto que consistía en pintar unos grafitis en un muro», dice con sorna. No obstante, el colegio ha conseguido alguna ayuda, circunstancial, del Ayuntamiento de la localidad y de la Hermandad del Rocío, pero nada más. Curso tras curso sigue dependiendo todo de la ilusión de los docentes. Los críos andan ajenos a estas cuestiones. Le toca subirse a Aurora, y bajarse a Luis, pero este no quiere porque el caballo es su amigo. Lo tienden a todo lo largo de la grupa. Y se relaja, sonriente, mirando al cielo. Aurora se sube finalmente, y el caballo camina lento, disciplinado. La chica va tensa pero, al momento, se acompasa al movimiento y mira a los demás, segura y rítmica. Uno de los autistas se sube después. «Todo esto es buenísimo, empezando por que salen al aire libre y se relacionan más entre ellos y con los demás», dice Ventura. «La hipoterapia empezaron a utilizarla en Alemania para rehabilitar a los heridos tras la Primera Guerra Mundial, y tiene muy buenos efectos fisiológicos y mentales, porque estimula la atención, la concentración y la memoria. Aumenta la autoestima y la seguridad en uno mismo», añade, mientras señala al chico autista, que se ha subido lloriqueando pero que ahora grita en el tono contrario. Por tener el caballo mayor temperatura corporal y volumen físico, los niños tienden a tocarlo y abrazarlo, sintiendo su calor y solidez. Todos excepto una chica que sigue apartada. Micaela la mira, la llama, va por ella. «A ella le cuesta más, pero todo se andará», vaticina Ventura, mirándola. Y es que gracias a esta terapia, estos pueden llegar a superar grandes obstáculos en «la hora del caballo».

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