La Iglesia Católica tiene un montón de problemas. Dejemos a un lado el principal, convencer a la sociedad occidental, moderna de que sus dogmas son auténticos. Ese problema es irresoluble. Llevan veintiún siglos hablando de la cuestión. Se ha creado una ciencia para explicarlo: la teología. Y cuando falla todo, se trata de resolver la cuestión acudiendo a un apriorismo, la virtud teologal de la fe. Pero la Iglesia tiene otros problemas, digamos, de intendencia. La gente no va a las iglesias, sin contar a los turistas. Por eso ya no se usan los púlpitos para dar doctrina y acuden a los medios tradicionales, los de la política: Los mítines, las manifestaciones que organizan ellos o sus acólitos, la prensa etc.
Cuando vemos la afluencia de fieles los viernes de oración de los musulmanes pienso, menos mal que aquí no pasa. Pero la Jerarquía debe pensar lo contrario. Sentirán esa nostalgia de los tiempos en que la gente abarrotaba las iglesias y el temor reverencial a la doctrina condicionaba sus actos civiles. Pero eso ya no ocurre. ¿Ninguno de sus ideólogos se ha preguntado por qué? Nadie de la Jerarquía se ha preguntado por qué las vocaciones que tratan de llenar los conventos semidesiertos son de la América latina, África y de Extremo Oriente. Y solos les oyen los de siempre. Cianosis teológica. Una gerontocracia de hombres célibes, de solteros, irrumpe en la plácida convivencia civil con amenazas apocalípticas. Con lo que tienen en su feligresía van y se meten en política.
Carlos Rosado Cobián es abogado
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