Cultura

La más grande deslumbra

María Pagés estrenó anoche en el Teatro de la Maestranza ‘Siete golpes y un camino’, una obra de enorme belleza.

el 18 sep 2014 / 09:00 h.

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No pasan los años por ella. Ni en lo físico ni en lo mental. Sus obras son siempre un derroche de buen gusto artístico y mucha coherencia personal. / J.M.Paisano No pasan los años por ella. Ni en lo físico ni en lo mental. Sus obras son siempre un derroche de buen gusto artístico y mucha coherencia personal. / J.M.Paisano SIETE GOLPES Y UN CAMINO * * * * Escenario: Teatro de la Maestranza. Artista invitada: María Pagés. Cante: Juan de Mairena y Ana Ramón Guitarras: Rubén Lebaniegos y Fyty. Entrada: Lleno.   Los grandes marcan siempre la diferencia y María Pagés es, por muchas razones, la más grande. Decir esto en una tierra con tantas y tan buenas bailaoras es arriesgarse a que arda Troya. Pues si tiene que arder, que arda. No solo es una bailaora larga, completa, de una preparación a años luz de la mayoría, sino una creadora que no vive de las rentas de una etapa gloriosa o de una coreografía de éxito. María Jesús Pagés lleva más de dos décadas manteniendo un nivel extraordinario, creando espectáculos que ha llevado por todo el mundo, de teatro en teatro, cosechando con todos ellos grandes éxitos. Es, además, un modelo de empresaria y la que marca siempre la diferencia en la Bienal. Decía hace unos días el director del festival sevillano, en nuestro periódico, que la Bienal no está en deuda con nadie. Puede ser. Pero la cita sevillana le debe mucho de lo que es a los espectáculos de María Pagés, a ella misma, que es quien en cada montaje sube el nivel de calidad. La Bienal no acaba de lograr una programación rotunda, su sello son los altibajos, en esta especie de gazpacho que suelen ser sus programaciones edición tras edición. Y María trae siempre una obra que sube el nivel de una manera admirable y que el público agradece poniéndose en pie, como ocurrió anoche en el Teatro de la Maestranza, donde estrenó Siete golpes y un camino, montaje en el que recorre los últimos siete años de su carrera. Se hace camino al andar, como dijo don Antonio Machado, y María ha sabido siempre que había elegido el camino acertado. Prueba de ello es que en este nuevo montaje, creado expresamente para la Bienal, repasa su carrera y sus muchos seguidores recordaban anoche sus coreografías, que son siempre dignas de ser recordadas. Sin embargo, siempre hay quien le pone peros a su forma de bailar. Le suele ocurrir como a Silverio Franconetti, el genio de la Alfalfa, quien una noche cantó por seguiriyas en una fiesta de gitanos en Cádiz y acabaron partiéndose las camisas. Pero hubo una gitana que, por ponerle algún pero, dijo que el gaché tenía los pies muy grandes. A María no se atreven a tocarle los pies, que los mueve como Gonzalo Bilbao movía los pinceles. A ella le señalan sus largos brazos y lo hacen como si le sobrara una cuarta a cada uno. Esos brazos con los que rodea su cuerpo y utiliza también para dibujar en el aire siluetas que nunca son caprichosas, sino una prolongación de su mente. Cuando no son los brazos es el pellizco o la falta de gracia. ¿Lo dirán por los tanguillos, que los cantó anoche como si hubiera recibido su primer beso de luz en la Tacita, de donde eran La Mejorana yGabriela Ortega, la madre de los Gallo? En definitiva, esa añeja manía tan sevillana de negar la realidad inventando otra distinta y por lo general basada en una fantasía que cuando no es trianera es macarena. Y cuando no es gitana es es muy gaché. No gaché a secas, sino tela de paya. Tiene esto, pero le falta aquello o lo otro. Es Belmonte, pero no tiene lo que tenía Joselito. Lidia bien, aunque carece arte. ¿Arte? ¿Habrá algo más artístico que lo que vimos anoche y hemos visto durante tantos años hacer a María Pagés? ¿No es arte bailar una granaína envuelta en un enorme velo rojo, con la que acabó su obra? Esa manera de irse conforme la luz se iba apagando hasta desaparecer. O sus alegrías, Elevación, con una bata de cola en la que Pilar López hubiera soñado con alguna de las Coquineras, aquellas hermanas de El Puerto que trajeron la sal a la Sevilla de El Burrero o El Filarmónico. O los tientos-tangos, Aliento, con un preámbulo de martinete machadiano que desembocó en una manera de bailar los tangos muy de aquí, de Triana, sin resultar rancia. El arte es también saber utilizar la poesía, la música, las luces, el cuerpo. Y María es una maestra en eso. Lo es también en crear coreografías de cine sin resultar de plástico, sino de carne. En la farruca, por ejemplo, Movimiento, el cuerpo de baile es movido de una forma magistral. No destaca este cuerpo de baile por el arte. Ni siquiera por una técnica prodigiosa. Sin embargo, está en sintonía con el resto de la obra, de todas las coreografías. Y eso lo consigue María Pagés. Con la ayuda, claro está, de un buen cuadro flamenco de acompañamiento en el que destaca el cantaor Juan de Mairena –sorprendente el cambio que ha pegado este cantaor mairenero–, sin olvidarnos de Ana Ramón y su preciosa voz, que produce un contraste acertado. Ni del guitarrista sevillano Rubén Lebaniegos, un gran músico al servicio de una artista, María, que se caracteriza por hacer las cosas con un desarrollado sentido del buen gusto. Es verdad que tiene los brazos largos. Pero anoche, y eso es lo que importa, la Bienal subió de nivel porque María Jesús Pagés se dedica a eso: a elevar el nivel de este arte, en Andalucía, España y la Humanidad.

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