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La miseria se ceba con Haití

Diez meses después del seísmo, el país carece de lo básico para vivir

el 21 nov 2010 / 18:50 h.

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La madre de Stephanie Sanbronce, una joven de 16 años que murió el sábado por cólera, llora en su casa.

A pesar de la masiva ayuda internacional que colapsó el aeropuerto de Puerto Príncipe apenas horas después del terremoto que asoló Haití el pasado 12 de enero, la miseria extrema sigue presente en las abarrotadas calles de la capital haitiana. Solamente hay que mirar alrededor para darse cuenta de que tras diez meses la reconstrucción de la ciudad, la más afectada por el seísmo, sigue careciendo de lo básico y fundamental a apenas una semana de la celebración de unas elecciones de las que los haitianos parecen desconfiar.


Mercados callejeros abarrotan las avenidas circundadas por edificios todavía derruidos, entre cuyos escombros los ciudadanos han aprendido a vivir y a cobijarse. Según los miembros de la ONG española Bomberos Unidos Sin Fronteras (BUSF) prácticamente nada ha cambiado en el aspecto de Puerto Príncipe desde que el temblor de tierra de apenas unos minutos acabó con la vida de cientos de miles de sus habitantes.


Ahora es el cólera el que vuelve a convertir al país en foco informativo, una enfermedad que se ha cobrado ya la muerte de más de 1.000 personas y 18.000 han tenido que ser hospitalizadas, de acuerdo a los últimos datos suministrados por el Ministerio de Salud. Frente a las puertas del principal hospital de la capital haitiana, donde una fina pared prefabricada separa a los pacientes habituales de los infectados o previsiblemente infectados por la epidemia, un joven adolescente desnudo reclama en silencio, tendido en el suelo, atención sanitaria.


la muerte por costumbre. Haití está ya tan acostumbrado a la muerte que muchos pasan por encima de él dando por hecho que se trata de un cadáver. Otros se limitan a sacar sus móviles para fotografiar tan trágica instantánea antes de que un camión pase y se lo lleve.


A tan sólo unos metros de distancia los médicos no dan abasto para atender a las filas de pacientes, muchos de los cuales permanecen encogidos en sillas junto a las tiendas de campaña que hacen las veces de improvisados consultorios. En una de ellas se ha puesto en marcha un laboratorio donde los médicos estudian las muestras de sangre que determinarán el tipo de virus o bacteria que aqueja al enfermo y el tratamiento más correcto. En uno de sus laterales, las bombas de agua reparadas y renovadas por los BUSF suministran salubridad a algo tan básico como la higiene de médicos y pacientes.


La remodelación de todo el sistema hídrico del complejo hospitalario ha llevado meses, pero gracias a ella no sólo los integrantes del centro de salud se surten de agua, sino también muchos de los habitantes de Puerto Príncipe. El agua es un elemento tan básico ahora mismo en la capital haitiana que es frecuente ver entre el tráfico imposible de la ciudad a niños y mayores sorteando los automóviles para vender el apreciado líquido envasado. En bolas de plástico y botellas vacías, el agua se ha convertido en una nueva forma de ganarse la vida.


venta callejera. Pero no sólo se comercia con ella, cualquiera que pasee por las calles de Puerto Príncipe puede adquirir desde comida a zapatos, aparatos eléctricos y abalorios, ropa de toda clase y perfumes variados. Todo es válido para vender si con ello se consiguen unos gourdes (la moneda oficial haitiana), incluso los pájaros que los niños atrapan y que ofrecen a los extranjeros sujetos por las alas.


Formando parte del ambiente, como una sintonía que nunca acaba, que nunca muere, los alegres acordes de una música y los vivos colores con los que los artistas haitianos pintan sus cuadros y sus artesanías. El fuerte olor que se desprende de esas zonas recuerda que aún queda mucho por hacer y que sólo unos pocos meses separan al actual Haití de la tragedia de enero.

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