Lo que queda de una época es la creación artística, e Itálica, aquí al lado, es una buena muestra de ello, opinaba ayer el coreógrafo Frédéric Flamand, uno de los nombres más importantes del ballet contemporáneo. Tenerlo aquí estos días es un pequeño éxito en época de estrecheces que se ha permitido el Festival Internacional de Danza de Itálica, en cuyo marco del Teatro Romano presentará hoy y mañana, a las 22.30 horas la obra Metamorfosis, una mirada poética al clásico texto de Ovidio.
Las comparaciones habitúan a ser odiosas, pero también muy esclarecedoras. Francia ha rebajado sus subvenciones culturales en un 10%, España en un 50. Sí, cierto, Francia es un país que ama la cultura y por ahora la defiende y España... España saldrá de esta, porque la energía que hay aquí no tiene igual, decía ayer Flamand, quien visita por tercera vez el certamen la primera, hace ya 20 años y cuya compañía, el Ballet Nacional de Marsella, es presencia habitual de los principales escenarios internacionales.
Hablar de creación es hoy consustancial a hacerlo de crisis. Pero en el caso concreto de esta propuesta el recurso al argumento está más que justificado. Porque estos 16 bailarines lo que propondrán en el escenario, al dictado de Flamand, es una reflexión sobre la naturaleza humana, las manifestaciones del deseo y los combates eternos entre el bien y el mal. Y si todo esto continúa sonando demasiado estilizado, el coreógrafo baja a pie de suelo:Los recursos del planeta se están desgastando a la vez que vivimos en una sociedad extremadamente narcisista, opina. Por eso, el máximo responsable del Ballet de Marsella cree que, junto con la hipertecnologización del mundo, la mitología del siglo XXI es la de la modificación del cuerpo. Cambiar mi cuerpo para cambiar mi propia vida ese parece ser el axioma en el que viven instalados muchísimas personas, explicó.
Todos lo anterior confluye debidamente en Metamorfosis, antes que una lectura más o menos literal de Ovidio, una disgresión abierta que cada espectador interpretará, según sus propias experiencias, de una manera u otra. Para ayudarse en la explicitud de esta línea argumental, Flamand recurre a múltiples vídeos que se proyectan en conjunción con la danza, también al uso de elementos escenográficos reciclados. La música juega otro papel importante, pasando del romanticismo de Saint-Saens a la modernidad de Antheil, de la electrónica experimental de Kierkegaard al barroco pleno de Corelli. ¡Y el vestuario, el vestuario!, puntualizaba ayer un entusiasta Flamand sin abandonar un verborréico y luminoso francés.
Los decorados y el vestuario han sido elaborados por los famosos diseñadores brasileños Humberto yFernando Campana. El coreógrafo los conoció casualmente hace una década en una playa de Río de Janeiro y años después reparó en ellos cuando ya se habían consagrado. Todo lo que se ve es muy mínimo, muy sugerido, el gran peso está en el baile, cuyos ejecutantes tienen en 75 minutos el reto de abordar técnicas muy diferentes, explica.
Pureza e impureza, mestizaje e hibridación y cambio frente a estabilidad son otros de los conceptos antagónicos que se visualizan en el montaje para el que todavía quedan entradas a la venta a precios que oscilan entre los 12 y los 15 euros. Dirigido durante 26 años por el mítico coreógrafo y bailarín Roland Petit, Frédéric Flamand asumió en 2005 la dirección del Ballet Nacional de Marsella iniciando un viraje hacia lo contemporáneo sin pasar por alto las fuertes raíces clásicas de la compañía. Provengo del universo muy moderno de Bélgica y al llegar a Marsella no podía instaurar una dictadura de la contemporaneidad, creo que lo acertado es usar la memoria como una forma de analizar el mundo antiguo, y justo eso, se aplica también en su Metamorfosis.
