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"La transición fue una carambola improvisada que salió muy bien"

El 23-F, a examen. Después de revolucionar la literatura sobre la Guerra Civil con la novela ‘Soldados de Salamina', el escritor recrea el golpe de Estado de Tejero y todas las circunstancias que lo rodearon en ‘Anatomía de un instante' (Mondadori), otra apabullante lección de narrativa anclada a la realidad

el 21 sep 2009 / 10:42 h.

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- Cuando apareció Anatomía de un instante, cabía esperar cierto revuelo. ¿Cómo ha sido la vida del libro hasta ahora?

-No ha podido ser mejor. De todos mis libros, es el que ha recibido mejores críticas, y las ventas han funcionado muy bien, así que no puedo pedir más. Y aunque tenía algunos temores de que la gente se molestase, la reacción general no ha sido de rechazo. Santos Juliá llegó a decir en un artículo que por fin se había contado la transición no como si sus protagonistas hubieran sido semidioses, ni como todo aquello hubiera sido un enjuague ignominioso. Yo desde luego no quería pintar ni una cosa ni otra, sino explicar que aquella era gente normal y corriente, como todos. Lo que sucede es que eso no le gusta a la clase política, porque al final nadie sale del todo bien en la foto.

- Entre los que sí se molestaron está Santiago Carrillo.

- Es un caso excepcional. Parece que fue en una entrevista con Gemma Nierga -yo no la escuché-, donde dijo que el libro le parecía excelente como obra de imaginación, pero no de Historia. Me parece una reacción lógica, porque Carrillo querría aparecer mejor de lo que aparece. De hecho, querría una estatua en cada pueblo de España, y lo entiendo. Pero todo eso me recuerda a The real thing, el cuento de Henry James: dos señores le piden a un gran pintor que los retrate, y cuando éste concluye su obra dicen que sí, está bien, pero eso no es the real thing. Evidentemente, todo es una interpretación. Todos los personajes del libro son históricos, son personas, pero también son personajes al modo novelesco. Yo elimino unos rasgos y escojo otros para construirlos como personajes.

- Algunos antimonárquicos le reprochan que, pudiendo haber demolido la figura pública del Rey, al final del libro le tire un salvavidas.

- Es curioso, no conocía esa lectura, pero como cualquier escritor mínimamente honesto yo no quería ni cargarme a nadie, ni reivindicarlo, sólo contar la verdad. Otros me han dicho que cómo me atrevo a decir esas cosas del Rey. Y lo que digo es que paró el golpe, claro, porque era quien podía pararlo. Que cometió errores notables, por supuesto, y que esos errores facilitaron el golpe, también. No puedo decir que lo organizó, porque sería mentir: si el Rey lo hubiera organizado, habría salido bien. Sólo he intentado aplicar el sentido común. Pero de ahí a decir que yo pudiera destruir la imagen del rey, es algo totalmente infantil.

- ¿Es esa ecuanimidad la que distingue este libro de las miles y miles de páginas que se han publicado sobre el golpe?

- Eso tendrían que decirlo los lectores, pero yo he intentado prescindir de la novelería que rodea a este tema. Ahora el libro se está traduciendo, va a aparecer fuera, y me intriga mucho. Es un libro extraño porque todo está documentado, pero debería funcionar como una novela, en el sentido de que tú no necesitas conocer la historia de Rusia ni las campañas napoleónicas para entender Guerra y paz. Esto tendría que entenderlo un chino,sueco, un francés... Pues vamos a verlo, da igual que no sepan quién es Armada o Suárez. Son personajes, qué se yo, como el Pierre Bezukhov de Tólstoi.

- Hace cuatro años, en la Pascua Militar de Sevilla, el general Mena se brindó para una eventual intervención del ejército en caso de que la unidad de España estuviera amenazada. ¿Ha habido tentaciones golpistas posteriores al 23-F?

- No lo creo. Las palabras de Mena en los años 70 serían una bromita, se decían a diario. Ahora, afortunadamente, somos mucho más sensibles a estas manifestaciones, pero la tradición de dos siglos de golpismo en España se acaba el 23-F. Es una fecha simbólica muy importante por eso, y porque pone fin también a la transición, que no es más que una parte de la posguerra, y esta no es sino una prolongación de la guerra. El día que un falangista decide jugarse el tipo por la democracia, un militar franquista hace lo mismo, y les acompaña un comunista, ahí acaba la guerra civil, por primera vez los tres van en el mismo barco. En algún momento digo que la violencia no es la partera de la Historia, como creía Marx, sino la cantera de la Historia, el material con que se fabrica la Historia. La transición es insólita, casi imposible, porque cambia un régimen dictatorial sin violencia.

- ¿Cree que se trata de un caso irrepetible, o puede ser exportado como modelo para la democratización de algunos países del Mediterráneo, de América Latina o Europa del Este?

- La verdad es que ni España dio un ejemplo al mundo, como asegura la versión rosa de la transición, ni aquel proceso fue una bajada de pantalones, como todavía muchos piensan. Mi versión es que la transición fue una carambola que salió muy bien, a pesar de ser totalmente improvisada, porque nadie hasta entonces había hecho ese camino. Que eso ha servido como modelo, en algunos lugares de América o de Europa, es inapelable. Vete a Polonia o a Chile, allí los tipos han estudiado a fondo el caso español por que salió razonablemente bien. Vieron que había una manera de hacerlo.

- Su libro insiste en el retrato de Suárez como un chisgarabís lleno de ambiciones. ¿Si volviera a la política española hoy, sería el tuerto en el país de los ciegos?

- La verdad, no soy capaz de imaginar a ninguno de estos personajes ahora. Vamos, Gutiérrez Mellado es imposible. Y Suárez, buff... ¿Es su talla de político tan superior? No lo sé. Tendemos a pensar intuitivamente que sí, pero a lo mejor sólo es un efecto óptico. En aquel momento todo se improvisaba, las individualidades pesaban más, eran decisivas. Los partidos estaban mucho más supeditados a los líderes. Suárez y Carrillo eran de una individualidad feroz. Dicen que Zapatero se parece a Suárez. Puede ser, los dos son gente sin gran preparación técnica, especialistas en todo y en nada. Bueno, la sintaxis de Suárez es superior...

- Y la fotogenia.

- Sí, eso es fundamental. Suárez tenía un porte extraordinario, y aprendió mucho como director de RTVE. Es el que descubre que la política es imagen, para bien y para mal. Ahora basta ver a Obama para entender que es un artista, es una cosa espectacular. Cómo se mueve, qué elegancia. Es Cary Grant... Y eso es la política también. Pero volviendo a lo de antes, hay diferencias. Zapatero, por ejemplo, está gestionando algo que ya existía, mientras que Suárez tuvo que inventárselo todo. Lo del chisgarabís, por cierto, no lo digo yo, era lo que decía la gente entonces. Todo el mundo le despreciaba.

- ¿Tendría las mismas grandezas y miserias una novela sobre la época posterior, sobre el gobierno de González por ejemplo?

- Siempre hay grandezas y miserias, la realidad está llena de ella. Ahora nos parece Suárez un personaje shakespeariano, tolstoiano, pero hemos tardado en verlo así. González es un estadista superior, no hay color entre uno y otro. Pero Suárez hace algo dificilísimo en muy poco tiempo. Lo de González es una obra de Estado muy ambiciosa, lo de Suárez es una pirueta histórica, ¡pim, pam, plas! "¿Esto cómo lo he hecho?", se preguntaría. "No me pidáis que lo repita, porque no podría".

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