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La última colilla

Dormía plácidamente cuando oyó una deflagración y vio cómo un comando de asalto de enmascarados había volado la puerta de su casa, en la que vivían sólo él y su gato. Sin pensárselo, saltó por una ventana y corrió hacia la carretera donde dos tanques le cortaron el paso.

el 15 sep 2009 / 06:23 h.

Dormía plácidamente cuando oyó una deflagración y vio cómo un comando de asalto de enmascarados había volado la puerta de su casa, en la que vivían sólo él y su gato. Sin pensárselo, saltó por una ventana y corrió hacia la carretera donde dos tanques le cortaron el paso. Huyó hacia el campo a velocidad de antílope, saltando espesas alambradas y sorteando un campo de minas antipersonas.

Tres helicópteros le seguían y se vio obligado a tirarse a un río y bracear hasta la otra orilla donde, agotado, observó que dos francotiradores seguían sus lerdos movimientos en las agitadas aguas del riachuelo. Sólo si se sumergía podría tener alguna posibilidad y así lo hizo, con tan mala suerte que, cuando había bajado cuatro metros, un pequeño submarino le lanzó un misil del tamaño de una barra de pan que a punto estuvo de alcanzarlo. Sin saber cómo, salió del río y pudo llegar a su coche.

Al entrar en la autovía vio que tres coches negros se colocaban detrás del suyo. Al pasar por un peaje, alguien con gafas oscuras y la cara cruzada por una espeluznante cicatriz le señaló con el dedo y dio la orden de que fuera detenido. Dándose cuenta de que lo iban a matar, y como sabía el motivo por el que querían eliminarlo, encendió un pitillo que dilapidó de sólo seis caladas, esbozando luego una sonrisa, como burlándose del de la grieta en el rostro.

Diez soldados le rodeaban apuntándole con metralletas. Intentó abrir la guantera para coger su revólver y volarse la tapa de los sesos, pero no le dio tiempo: lo acribillaron a balazos ante cientos de viandantes que glorificaban al escuadrón mientras otros pedían el Nobel del Medio Ambiente para el del costurón. No era para menos: acababa de aniquilar al último fumador que quedaba sobre el planeta.

"Te habían dicho muchas veces que el tabaco podía matarte, estúpido, pero no hiciste caso", dijo el militar mirando con orgullo su trofeo, que aún tenía la colilla ensangrentada en la comisura de los labios.

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