Cultura

Larga vida a Itálica

Los recortes sufridos por el festival y la incorporación delMonasterio de SanIsidoro del Campo marcan una edición que deja buen sabor de boca

el 22 jul 2013 / 23:30 h.

TAGS:

Por Dolores Guerrero

El día de su presentación el director del Festival de Itálica, JuanAntonio Maeso, definió el espíritu de su programación como de cisterciense, haciendo un juego de palabras que por un lado aludía a los evidentes recortes con los que había tenido que lidiar y, por otro, a la incorporación de un nuevo espacio: el Monasterio de San Isidoro del Campo, un monumento que a pesar de ser una joya arquitectónica, es un gran desconocido.

Allí tuvieron lugar las representaciones de Lirio entre Espinas, una propuesta de la compañía de Guillermo Weickert, que asumió el encargo de versionar El Cantar de los Cantares de Salomón, un texto místico que Maeso no dudó en definir como sensual. El resultado fue un interesante trabajo de investigación que despertó el interés del público hasta obligar a la organización a ampliar el aforo que, por imposiciones del edificio, era bastante reducido. Todo lo contrario que el del Teatro Romano, la sede del Festival, un espacio único donde la rebeldía de la danza contemporánea se funde con el romanticismo de las ruinas hasta recrear una atmósfera mágica. Sobre todo este año, que la programación ha girado en torno a la mitología y a los referentes de la danza, como Martha Graham o Isadora Duncan, cuyo homenaje comenzó esta singular muestra.

Dicho homenaje estuvo a cargo de la coreógrafa y bailarina sevillana Bárbara Sánchez, cuya propuesta, La Satisfacción del Capricho, reunió a una nómina significativa de bailarinas sevillanas que han crecido al calor de Itálica. Al igual que los chicos de Mopa, la compañía sevillana liderada por Juan Luis Matilla, un joven talento de la danza que, en esta ocasión, se propuso sorprender al público con una performance en la que la danza brillaba por su ausencia, cosas de la búsqueda creativa.

Así, podría decirse que la mayor aportación de esta edición ha sido la apuesta por la danza local, que tanto le debe a este festival. Claro que tras ese apoyo se esconde el fantasma de la crisis, que también se refleja en la reducción de la programación, cuyos platos fuertes han estado a cargo del ballet de Marsella y el Kibbutz Contemporary Dance de Israel, dos compañías diametralmente opuestas en cuanto a su concepción de la danza, aunque igualmente espectaculares que hicieron las delicias del público. Al igual que el cuarteto de saxofonistas Gurugú Sax que animó el principio y el final de cada espectáculo, poniendo una auténtica guinda musical.

  • 1