Los archivos históricos son un pozo sin fondo cuya riqueza por lo general nos suele pasar desapercibida. Subsisten la mayoría con lo justo, tanto de personal como de medios, sin apenas causarles estropicio a las macrocifras que se llevan otras partidas de mayor proyección social y mediática (caso de los conciertos o las exposiciones), pero encierran un valor capital por cuanto que son, en muchos casos, contenedores de un legado irrepetible por el que hay que velar. Y se hace.
De ello da fe el Instituto Andaluz del Patrimonio Histórico (IAPH), que hace ya años que abrió un taller de papel -no hace mucho ampliado ante la demanda- en el que se viene restaurando con ciencia y mimos legajos que valen su peso en oro.
El año que acaba de concluir ha sido especialmente fructífero en esta materia, contabilizándose una decena de restauraciones que han permitido a estos papeles centenarios encarar su presente y sobre todo su futuro con garantías de supervivencia.
Procedentes del Archivo Histórico Provincial de Sevilla han pasado por este hospital del patrimonio varios documentos de gran relevancia para la historia del Arte.
De entre ellas sobresale una por su valor simbólico para la ciudad: el concierto del gran fundidor Bartolomé Morel -que se curtió en la Fábrica de Artillería dando forma a cañones y demás armamento- para hacer una figura de bronce como remate de la torre de la Catedral (1566).
Se trata nada menos que del papel que atestigua la autoría y las condiciones en las que se afrontaba el encargo del icono por excelencia de Sevilla: el Giraldillo, el mismo que paseó hace unos años su pesadísimo e inmóvil cuerpo de bronce por el IAPH para, tras una intervención delicadísima en la que no confiaban muchos, retornar a la Giralda con plenas garantías y recobrada su capacidad para moverse al son que le marcan los vientos. Aquello fue un hito que aún se recuerda -réplica incluida-, como lo es esta intervención en papel que certifica los pormenores de una obra ejecutada nada menos que en el siglo XVI.
Pero hay más. También han pasado por el quirófano del papel de la Cartuja dos documentos de ésos con los que se relamen los cofrades: el examen del insigne escultor Juan Martínez Montañés -sí, el de la plaza del Salvador-, datado en 1588; y el contrato de aprendizaje de otro tótem de la imaginería, Juan de Mesa, con el antedicho Martínez Montañés (1607).
Este histórico documento sella la fértil relación entre discípulo y maestro y el principio de una carrera brillantísima, la de un Mesa que llegó a aventajar a su padre de gubia.
Son también relevantes documentos como la información testifical solicitada por Gaspar Gurricio para probar la autenticidad de un documento firmado por Cristóbal Colón (1510) o un precioso documento gráfico, el Dibujo de elevación vertical de un molino y azud construido en la ribera del río Viar (1788).
El dibujo fue ejecutado por el entonces director de la Academia de Arquitectura y responsable de las obras del Archivo de Indias, Lucas Cintora, quien firmó un informe pericial favorable a la construcción del molino.
Todos estos papeles históricos, y más de otros archivos que han pasado por las manos del personal del IAPH, han sido convenientemente estudiados y contextualizados. No se ha tocado ninguno sin antes haber diagnosticado sus patologías (suciedad, amarillamiento y oscurecimiento del soporte en las zonas de plegado, deformaciones, pérdidas de soporte, grietas, desgarros, corrosión y viraje de tintas, ataque de insectos...).
Tras un laborioso proceso en el que no importa el tiempo, estos documentos viven ya una segunda juventud alojados en carpetas individuales realizadas a conciencia para que perduren sin afección.
No estaría de más que la Consejería de Cultura organizase una exposición con ellos. Podríamos celebrar, si es con los restauradores del IAPH mejor, la larga vida de nuestros papeles.
