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Las maravillas baratas

Impresionante aluvión de público en la más melancólica de las citas sevillanas, la Feria del Libro Antiguo y de Ocasión que se celebra desde el viernes en la Plaza Nueva.

el 17 nov 2013 / 20:25 h.

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web1Tres niños endomingados bailando el trompo en un rincón entre casetas le ponían ayer el puntito H.G. Wells, como de viaje en el tiempo, a la Feria del Libro Antiguo y de Ocasión de la Plaza Nueva. Aunque bien mirado, lo mismo los chiquillos no habían acudido allí como parte del atrezzo melancólico propio de esta maravilla, sino que estaban con sus padres en la concentración de los antiabortistas, reunidos por centenares de familias allí mismo, al pie de la estatua de San Fernando, con su aire de gente de bien en día festivo y sus globos rojos. Al principio, no había nada que objetar a la presencia de esta tribu urbana en todo el meollo del acontecimiento literario, salvo la estrechez. No hay nada como la convivencia de ideas. Pero claro, eso fue solo al principio. Cuando la megafonía atronadora de los provida emitió por decimocuarta vez la cancioncilla Color esperanza, de Diego Torres, junto con la no menos pringosa ni repetida Que canten los niños, el común de los presentes en la feria participaba ya de la opinión de que es una lástima que los supuestos del aborto no incluyan también a los pelmas, sea cual sea su tiempo de gestación en el cigoto: una semana, dos, veintiséis, cincuenta y cuatro años o toda una vida, como cantaba Machín. Esta reflexión revanchista era muy fácil de sustentar en el plano teórico, porque aquello está hasta arriba de libros de filosofía a cual más extraordinario y grotesco. Aunque también está hasta arriba de gente –al menos, lo estaba ayer–, con lo que cuesta mucho detenerse a hojear volúmenes, no así cogotes. Pero si alguna filosofía se imponía sobre todas las demás, esa era la que lleva implícita la propia feria de antigüedades editoriales que permanecerá abierta hasta el 9 de diciembre. Ese pedazo de francés llamado Paul Valéry escribió la siguiente preciosidad: Los libros tienen los mismos enemigos que el hombre: el fuego, la humedad, los animales, el tiempo y su propio contenido. Si el literato se diese hoy día una vueltecita por la Plaza Nueva, en vez de haber sucumbido a esa ordinariez de moda consistente en morirse uno, vería que es completamente cierto dicho parentesco: allí hay libros que parecen señores calvos; otros son damiselas asomadas a un balcón; los hay con pinta de niño travieso, de un viejo en su butaca, de agente de bolsa en paro, de aventurero reconvertido en funcionario... Porque todos ellos son libros vividos; libros casi todos que ya han pasado la prueba severa de haber sido leídos al menos una vez; libros que con los años se van pareciendo cada vez más a lo que sus páginas cuentan. Perdón por la reflexión moña, pero la sobreexposición a la cancioncita de Perales, en ambientes tendentes a la melancolía como es el caso de esta feria, provoca imprecedibles secuelas. Es el riesgo de toda crónica sincera. Impresionante la cantidad de libros de calidad que se venden por tres euros en muchos de los 24 puestos. Como impresionante es también la librería anticuaria madrileña García Prieto, que da para ambientar la película de El nombre de la rosa y le sobran incunables para otras dos abadías más. Cada uno de los establecimientos participantes, abiertos de 10 a 14 y de 17 a 21, tiene su peculiaridad: los aires taurinos de la valenciana Al Tossal; el refinamiento de Laurence Shand, con sus grabados, sus láminas cerámicas, sus mapas históricos; las rarezas y curiosidades que ofrece la malagueña Códice; el amor por la historia de la librería gaditana Raimundo... Y por doquier, los viejos tebeos de Agamenón y Don Pío; aquellos libros juveniles de la Colección Historias y otros de Bruguera; carteles de barcos, librillos de papel de fumar, recortables de los setenta, colecciones de mueble bar... Pura memoria. También valdría aquí esa misma cancioncita de Machín, la de Toda una vida. O Mira que eres linda, da igual. Cualquiera que admita maracas. [La Sevilla abrigada se echó ayer a la calle a practicar domingueo urbano. El centro, desde la feria de los libros a la de los belenes, como nunca de gente. Veladores atestados, artistas callejeros envueltos en público, manteros, humaredas de castañeros, vendedores de monedas, una flamenquita en un pequeño tablao, colas en El gato negro... Menuda manifestación a favor de la vida.]

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