Podría decirse que el gol de Capdevila es la última vuelta del nudo que amarra al Betis un año más (al menos) a la Liga Adelante. No es así: para que esta condena fuera efectiva, que lo es a falta del sello, hubo otros goles y ruinas más importantes: con el Hércules, Girona, Celta, en Las Palmas hace nada y menos... o sea: no es por Capdevila. Este equipo del Betis había tocado techo o fondo hacía ya tiempo, y seguramente antes de esta temporadita. Este equipo del Betis no merece ascender, por la sencilla razón de que no reúne méritos, calidad, mentalidad ni efectivos de Primera. No hay más cera que la que (no) arde.
Toca analizar la situación de Lopera: al fin, responsable supremo de este nuevo desastre. Prácticamente, otro descenso. Acorralado y ‘bunkerizado’ por demandas judiciales, escándalos constantes, extremismos de toda laya y su carácter hipocondríaco, el máximo accionista ha decretado una economía de guerra, invirtiendo los mayores o menores recusos que genere la sociedad deportiva, sin mover una coma más. Con esa política y la plantilla actual, poca mejora tiene el equipo del Betis. Pero, ¿quién haría otra cosa bajo la actual perspectiva de un Lopera próximo a cumplir 66 años, acosado a babor y estribor…?
Y, por otra parte, ¿dónde está la alternativa real a Lopera? ¿A quién y por cuánto se le dan las llaves de Heliópolis? La posibilidad de que un proceso judicial confisque o anule la propiedad de las acciones de Lopera, por sospechosa que tal propiedad pueda parecer, se ha alejado en brazos de la Audiencia, por prescripción pura y simple. Esas demandas contra la propiedad tocaban antes: en los días de gloria, del cambio de nombre del estadio y de presidencia vitalicia. Cero compradores, plantilla sin futuro y descapitalizada, al margen de algún nombre, herida social gangrenada y otro añito en la Liga Adelante. Esto, a día de hoy, es lo que hay en el Betis. Y, ¿más allá de Lopera? ¿Cuándo, quién, por cuánto…?