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Los fantasmas de Fabiola

144 años después de la muerte del gran narrador sevillano del misterio y lo extraordinario, comienza la aventura más fantástica: salir en busca de las nuevas leyendas, de historias de los últimos tiempos que hablan de los sonidos de la noche, de las voces del más allá, de la penumbra de los zaguanes, de lo que en Sevilla se cuenta en voz baja, de lo inexplicado.

el 22 nov 2014 / 11:27 h.

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Si no fuera porque yo mismo he vivido esos fenómenos, que los he sentido, que el miedo me ha atenazado ante lo que estaba viendo..., si no fuera por todo eso, no me lo podría creer». Estas palabras, asomadas a los labios de uno de los muchos testigos de las fantasmagorías de la llamada Casa Fabiola, en la calle del mismo nombre y a un costado de la Iglesia de Santa Cruz, bien valdrían para ponerlas en boca del eternamente sorprendido José Manuel García Bautista; un hombre en cuyo espíritu becqueriano arde la incontrolable, entusiasta, a menudo desconcertante y siempre literaria llama resultante de mezclar el amor por lo imposible con la devoción por Sevilla. Ese fuego lo convirtió en investigador y divulgador de lo insólito, fruto de lo cual son sus incontables libros y sus no menos abundantes caminatas por la antigua Híspalis de los misterios, los fantasmas, los callejones, los susurros; de las historias de hoy que, debidamente embellecidas, serán las leyendas del próximo siglo. Pero son esas mismas palabras, es ese condicional, ese si no fuera porque yo mismo he vivido esos fenómenos, aquello que convierte el relato de García Bautista en mucho más que una sarta de historietas para las noches lluviosas de otoño. Hablando de noches: hace rato que el sol se ha puesto y luce húmedo y brillante el pavimento de la Judería. García Bautista está justo enfrente del portón de la vieja casa de la calle Fabiola, la que presume de historia y de abolengo literario en su placa de piedra de la fachada, que dice así: El 2 de agosto de 1802 nació en esta casa el cardenal de Wiseman, arzobispo de Westminster, lumbrera del clero católico y honra de su patria. El Excmo. Ayuntamiento mandó poner esta lápida para conservar la memoria de tan ilustre sevillano. 1865. Este año que cierra la inscripciónfue el del fallecimiento de Wiseman,autor de la célebre novela Fabiola. Es, por lo tanto, un edificio literalmente marcado por la muerte, o eso parece querer decir la mirada del investigador, que bajo el embrujo del lugar y de la noche contempla la mole de la Judería con un inmenso respeto. Esa placa, confiesa de inmediato el guía de toda esta historia, «contiene muchas de las claves de todo lo que el lugar encierra ». Que es una historia de ultratumba. Porque la frase antes citada del testigo, un empleado municipal que trabajaba allí dentro como vigilante, no acababa ahí, sino que contenía un corolario terrible: «Esa casa está encantada». No será la única declaración que haga afirmar a García Bautista que en este preciso lugar, en pleno corazón de la Sevilla histórica, «habita la esencia de lo desconocido». Lo alumbra la misma mortecina luz de farola que lo recibiera tiempo atrás, cuando llegó por primera vez para plantar cara al misterio en persona, mirándolo de tú a tú; una luz que a él le sugiere el cartel de la película El exorcista. Y bajo esa sugestión llega, al fin, la hora de recordar cómo empezó todo, de rememorar, en las propias palabras del investigador, «las tenebrosas jornadas vividas en su interior». Y añade: «Ya en épocas recientes éramos conscientes de todo lo que en su interior ocurría, pero es ahora cuando los fenómenos se han recrudecido y cuando sus protagonistas, miembros de la Policía Local de Sevilla, han comenzado a describir los extraños incidentes que en su interior suceden». Un alma en pena Si a José Manuel García Bautista lo atrae de oficio todo lo inexplicado, cuánto más si lo inexplicado acude hasta él. Eso fue más o menos lo que sucedió cuando uno de sus informantes, Juan D., le propuso acudir a la mansión. «Sé que están pasando cosas muy extrañas en su interior y que nadie quiere comprarla ni venderla», le dijo, «porque tiene fama de encantada. De hecho, están poniendo muy barato el alquiler y ni por esas. Se oyen ruidos extraños, pisadas, luces que funcionan mal y se ha visto hasta el fantasma de un monje». No hacían falta más palabras para que este adicto a lo insólito pusiera rumbo a los adoquines de la calle Mateos Gago hasta alcanzar, en su desembocadura, la fachada de este caserón que le reservaba unas cuantas sorpresas. La casa había tenido diferentes novios desde su construcción en el siglo XVI –uno muy reciente fue, hasta 2008, la Fundación José Manuel Lara, que la restauró en 2002 «salvando sus valiosos azulejos, el artesonado de sus salones o la encantada escalera de su interior»–, hasta que el Ayuntamiento, como cuenta García Bautista, logró hacerse con él por un módico alquiler para destinarlo a los servicios de Intervención, Tesorería y Gestión Presupuestaria. Fabiola Explica el investigador que los agentes de la Policía Local encargados de custodiar el lugar decían sentir en él ruidos y presencias extrañas y hasta haber visto un ser fantasmagórico que describían «como un monje, por sus atuendos, que aún vaga por el interior del edificio como alma en pena». El cuaderno de campo de García Bautista se va llenando de testimonios, como el de uno de esos agentes, quien decía: «Realmente es aterrador pasar aquí el tiempo, de guardia, y ajeno a todo comenzar a percibir un olor extraño lo primero, ni agradable ni desagradable: extraño. Luego sientes que hay alguien arriba, en la primera planta, porque se sienten sus pisadas con claridad. Te pones en alerta y subes las escaleras. Mientras subes tienes la sensación de que estás siendo observado, vigilado, y al poner un pie en la planta te sientes incómodo». No acaba ahí el relato del municipal: «Sientes portazos, te apresuras a ver qué pasa porque puede tratarse de alguien que ha entrado..., pero no ves a nadie. Cuando comienzas a bajar la escalera te sisean, lo sientes claramente, miras y sientes como una risa, como un murmullo lejano... Es tan espantoso que me pone los pelos de punta recordarlo». El joven detective del misterio ya comenzaba a hilvanar una hipótesis sobre la causa de estos inquietantes fenómenos, conforme dejaba hablar a los testigos, como una antigua empleada del lugar, Á.P., quien hablaba así de su experiencia en la Casa Fabiola: «Lo peor es cuando estás aquí sola y comienzas a escuchar como a alguien que arrastra los pies y gime; es como el llanto vergonzoso de un hombre que no quiere ser descubierto. Se te ponen los pelos de punta. Y añade: «Otras veces te llegan olores extraños, como a algo que se quema, como a cera quemada; te levantas y sigues ese olor extraño pero no tiene solución ya que no hay nada que lo explique. Lo más impresionante es cuando algunas puertas del piso superior se comienzan a abrir y a cerrar y sientes los portazos», para concluir así: «La verdad es que aquí te sientes acompañada por alguien, aunque sepas que estás sola». Conforme José Manuel García Bautista va recorriendo las tres plantas de este imponente edificio, las palabras de quienes han trabajado en él le van ayudando a construir una historia: «Aquí dicen que está el espíritu de uno de sus viejos dueños, un inglés, que sentía morriña de su casa y que dicen que tras morir en Inglaterra un perro de la familia, que le tenía mucho cariño, se puso a aullar aquí en Sevilla al mismo tiempo que él se moría, y cuando acabó de aullar también murió», contaba M.D.Y otro compañero de trabajo decía: «Yo vi una tarde-noche una extraña silueta, como una sombra, en la primera planta. Salí corriendo hacia allí pero no había nadie. Entonces sentí pasos en la segunda y al asomarme al patio vi en la otra parte un ser como luminoso que parecía vestir ropas de monje. Tal vez una mujer, no sé, pero fue impresionante», confesaba, para añadir luego: «Uno se cree curado de espantos y cree que en esta profesión lo ha visto casi todo, pero para esto no se está preparado. Dicen que en Cuarto Milenio son exagerados; pues se quedarían cortos si se vinieran aquí donde tú estás». En las anotaciones de García Bautista se siguen sumando declaraciones. Otro empleado municipal le contaba que cuando llegó a la casa se lo tomó todo un poco a broma, hasta que casi llegada ya la hora de irse oyó un chisporroteo y vio que una luz que hasta entonces había estado apagada se ponía a parpadear. Tras mucho darle al interruptor, logró apagarla al fin. «Me fui de aquella sala y no había hecho más que avanzar unos metros cuando comencé a sentir ese ruido, me giré y la luz estaba totalmente encendida; la apagué y, cuando iba hacia fuera, las luces se iban encendiendo todas, parecía que algo estaba jugando conmigo. En otra ocasión, sentí cómo en la soledad de la casa, estando en el patio, me comenzaron a llamar por mi nombre; era como un susurro..., era como un aliento gélido. Aquello no lo olvidaré jamás ». Y atentos a la experiencia de J.R.F.: «Para mí la zona peor es la bodega, un lugar que te da escalofríos bajar», y otra que no le va a la zaga es «la puerta secreta; allí una noche sentí cómo se abría y por ella desaparecía una extraña sombra». A la luz de su visita al lugar y de estos testimonios, José Manuel García Bautista está en condiciones de presentar una nueva leyenda: «La Casa Fabiola, por toda la eternidad, verá vagar por sus ilustres pasillos y salones al espectro del arzobispo de Westminster, que no fue enterrado en la hermosa Casa Fabiola de laque apenas tenía recuerdos infantiles, sino en Inglaterra. Allí aguarda la cripta esperando un cuerpo que jamás albergará y este susurra al visitante un deseo postrero: «Quiero venir a casa» .Hasta que Nicolás Wiseman no regrese, la maldición pesará sobre el edificio».

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