Cofradías

Los guiris ya no encuentran veladores

Vuelve la pregunta más odiada por quienes llevan una hora en una bulla y se les planta delante un grupo de baloncestistas: «¿Nos quedamos aquí o qué?»

el 14 abr 2014 / 22:54 h.

semana-santa-2014-00 La moda de acribillar a los pasos a fotos con los móviles ya no está tan de moda. Foto: Carlos Hernández «¿En este río hay ballenas?», pregunta el chiquillo al padre, con los ojos engurruñados por el sol que le da en la cara. Está a punto de pasar el palio de San Gonzalo y un avión inmenso y blanco, buscando pista, se hace el remolón y gira lento sobre la Magdalena para que el pasaje pueda ver al Caifás trianeando y todas esas cosas tan bonitas de pregonar. Pedazo de gentileza. De Ryanair no es. Antes hay ballenas en el río. Aunque el nene no se equivoca;es solo que está tirando de fantasía. Y quizá los cetáceos no se prodiguen mucho por la dársena, pero puede que haya enormes anguilas que de noche, cuando nadie puede verlas, asoman sus lomos pardos por entre los reflejos temblones de aceite y neón que el agua le roba a la calle Betis. Basta con que un niño lo imagine. La Virgen de la Salud entra en la ciudad a los sones de Sevilla cofradiera y hace tanto calor que la gente se queja de que al palio no le hayan puesto abanicos tal como los de Locomía en vez de bambalinas. Da pena ver el muelle vacío, sin un triste barco, en Semana Santa. Los vaporizadores de las terrazas del Paseo de Colón, a todo pasto, tienen abarrotados los veladores. Esta vez los guiris se han adelantado y han conseguido quedarse una o dos mesas, porque a la hora del almuerzo, estos turistas, que son tan de sentarse en el centro a mirar cómo deambula el exótico paisano mientras ellos se endiñan un compuesto apaellado, estaban todos de pie buscando sitio mientras los veladores de General Polavieja y Albareda están rebosantes de sevillanos. Niño muerde a perro. Viendo la de San Pablo, un chavalote espigado –tres o cuatro metros podía medir, así a ojo– se planta justo delante con un grupito para expeler la frase más odiada de cuantas se pueden escuchar en un amasijo humano cofradiero: «¿Nos quedamos aquí o qué?»Al final ganó el qué y se largaron. Allí se pudo ver lo que sería una constante el resto de la jornada, y que parece que va a ser la moda de este año: en vez de intentar destruir las imágenes procesionales a flashazos (la gente ya tiene todas las fotos posibles de los pasos), lo que se lleva ahora es el selfie con nazarenos. Y cuando pasa la banda del palio dejando atrás la Alfalfa con las notas finales de Salve, Madre de la Salud, tan inspiradas, el que se pone a caminar sin premura detrás de los clarinetes y las flautas traveseras asiste a un espectáculo extraordinario:las caritas de la gente y las miradas, embelesadas por las notas. No hay evangelio como el de la música. semana-santa-2014 Eso se llama aprovechar bien el carrito del bebé- Foto: J.M. Paisano Una muchacha con un short estupendo se agacha y se le ven los brakets. Llueve ligeramente sobre la Encarnación, tres gotas, bajo un cielo casi azul. Hay gente con paraguas –sin abrir, naturalmente–. También se habían visto muchos a mediodía, por los templos. Un caballero saleroso, que venía con tres señoras de esa edad imprecisa en que las mujeres empiezan a volverse rubias, contaba en la cola de San Vicente que era porque al Polígono le había lloviznado, y no se sabía lo que podía deparar la tarde. El hombre llevaba americana cruzada, un montón de entorchaditos y lacitos cofradieros y, en el ojal, un pin de tamaño considerable de una botella de Tío Pepe. «¿Tú sabes cuál es la banda más nerviosa que hay?», pregunta a las damas circundantes. «¡El Carmen s’altera!», dice, y no lo fulmina un rayo ni parecido. Si llega a hacer el chiste en el puente en vez de en Virgen de los Buenos Libros, salta una ballena –venida ex profeso para la ocasión– y se lo come. Los dorados botones de la americana eran de ancla. Qué mejor final.

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