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Los monumentos que se 'ocultan' tras la sombra de la Giralda

Cada día, decenas y decenas de sevillanos acuden a ellos. Cientos, quizás miles, pasan a su lado como si nada. La riqueza arquitectónica de estos edificios modernos pasa a menudo desapercibida en favor de la atención a otros de mayor antigüedad, que no por ello más útiles, originales o valiosos.

el 15 sep 2009 / 10:02 h.

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Cada día, decenas y decenas de sevillanos acuden a ellos. Cientos, quizás miles, pasan a su lado como si nada. La riqueza arquitectónica de estos edificios modernos pasa a menudo desapercibida en favor de la atención a otros de mayor antigüedad, que no por ello más útiles, originales o valiosos.

Hasta tres generaciones han tenido que pasar para que los edificios que la legión de arquitectos ingeniosos que desembarcaron en Sevilla a finales de la segunda década de la centuria anterior, tras estudiar en Madrid (léanse, por ejemplo, Gabriel Lupiáñez Gely, Aurelio Gómez Millán o Rafael Arévalo Carrasco), estén empezando a ser valorados.

A principios del siglo XX, Sevilla no progresó al mismo ritmo que las demás ciudades españolas, experimentando cierta recesión económica. La venta de víveres para los países miembros de ambos bandos que participaron en la Primera Guerra Mundial, cuyo comercio se llevó a cabo en el Puerto, permitió superar con creces la crisis. Una inusitada prosperidad que convirtió a la capital hispalense en un atractivo foco de artistas que, en cuanto a arquitectura se refiere, protagonizaron una etapa dorada de la construcción a finales de los años 20 (la Exposición Iberoamericana de 1929 es buena prueba de ello) y durante la década de los 30.

Para construir estos modernos inmuebles, sus arquitectos se decantaron, en la mayoría de los casos, por cánones historicistas (mal llamados en el caso sevillano, según el historiador Antonio Zoido, regionalistas), que tomaban elementos propios de estilos de épocas pasadas y variopintas procedencias; modernistas o racionalistas.

Eso sí, todos fueron enfocados para solventar los graves problemas de higiene que existían por entonces en los espacios públicos, como colegios o mercados. Los nuevos edificios contaron, por tanto, con grandes ventanales y pocos rincones para garantizar la ventilación adecuada, y con ella las máximas condiciones de salubridad. Asimismo, incorporaron muchos elementos de decoración autóctonos, tales como ladrillos vistos o esculpidos, haciendo resurgir de este modo la artesanía cerámica sevillana, de capa caída en los últimos años.

catalogados. Seis de esos edificios han quedado inscritos en el Catálogo General del Patrimonio Histórico Andaluz, según se recogía en el BOJA de esta semana. Así pues, el mercado de la Puerta de la Carne, la Casa Lastrucci, el Instituto Anatómico Forense, la Casa Cabo Persianas, la antigua Universidad Laboral (hoy día, la Pablo de Olavide), y el Teatro Cerezo de Carmona, se suman a los treinta inmuebles que ya formaban parte de este codiciado catálogo desde el año 1912. Excepto su portada principal, las dependencias de la iglesia de Santa Catalina fueron las primeras en figurar en él, seguidas desde entonces por numerosos cortijos y haciendas de la provincia, otras iglesias y conventos, palacios, la muralla urbana de Sevilla (con el Postigo del Aceite o la Torre del Oro, entre otras construcciones) o la sede del Archivo Histórico de los Antiguos Juzgados.

Hasta ahora, no obstante, ningún edificio moderno había sido considerado como un Bien Cultural en la provincia, una señal inequívoca de que está naciendo una conciencia de defensa del patrimonio moderno inédita hasta ahora y que pasará por beneficiar, sin duda, al mantenimiento de este tipo de edificios. Prueba de ello será la próxima reforma del mercado de la Puerta de la Carne.

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