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Los restos de la eternidad

Cambia la Alfalfa, la Encarnación; las antiguas avenidas humeantes son hoy parajes futuristas y calmos. Sólo Feria sigue inmune al tiempo. Por ahora.

el 07 sep 2010 / 20:44 h.

En ocasiones, a ese fluido que es el tiempo le da por formar grandes ríos, como la Avenida, por los que avanza pausada pero alegremente el futuro con su rizado oleaje. Otras veces forma torrenteras furiosas donde no se esperaban, caso de la Encarnación, capaces de llevarse por delante los cimientos del pasado mal construido y de dejar al vecindario desaguando tópicos de sus zaguanes durante meses. Es un fluido imponente capaz de romper diques, como se ha visto en la Alfalfa o en las aceras de los carriles bici. Y también sabe correr oculto bajo tierra igual que los acuíferos, ¿o no es eso el Metro? Hay ocasiones, además, aunque cada vez más raras, en las que a ese líquido le da por estancarse en algún lugar, formando charquillos: cuántos preciosos caserones, cuántas esquinas costumbristas de Sevilla, no habrán hecho exclamar al paseante alguna frase sobre lo imperecedero. Pero sólo en el caso de la calle Feria, y contra su propia e incontrolable naturaleza, ha formado el tiempo una enorme y apacible balsa, una laguna cerrada donde los años chocan apenas contra las orillas y vuelven adentro, detenidos. Cuánto más podrá resistirse a su naturaleza, el tiempo, aquí.

"Es la esencia de Sevilla", decía ayer Carmen Baena de esta calle anacrónica. Carmen se apellida igual que su tienda, un rinconcillo que la melancolía ha hecho precioso. Allí cambia ella a los clientes novelillas del Oeste y tebeos de cuando usted era chico. Hasta dónde llegaría una sonda en este punto del embalse. "La diversidad social", añade Alesio Espínola desde la otra librería de la calle, El Gusanito Lector. "Yo creo que es eso lo que identifica a Feria." En su escaparate, para darle vidilla al último de Almudena Grandes, han montado una especie de stand republicano con su radio antigua, su bandera tricolor y la emisión de música y canciones de la época.

Porque, a lo mejor, lo que define a la calle Feria es lo rarísima que es; su excentricidad. Observe a la gente que deambula por allí y diga, de corazón, si no le parece cuando menos peculiar, genuina. Extraterrestre, en algún caso. La mayoría van con bolsas de plástico, si se fija. Y las tiendas también son tiempo detenido: la calentería, la frutería, las tabernas, el Rastrillo de Carmen, las dulcerías... Dan ganas de pagar en pesetas y de montarse luego en un taxi seat 1500 que lo lleve a uno a casa con las bolsas.

Hay quien no le encuentra tanto romanticismo ni tanto florilegio al asunto. "Actualmente, esta calle es de lo peor de Sevilla", se duele María del Carmen Cárdenas desde detrás del mostrador de Casa Tejera, repleta de instrumentos musicales. "Conmercios cerrados a montones, abandono, suciedad..." En esto último insiste Alejandro Barroso, en su herbolario Aromas de Sevilla. "Esto es abandono total y suciedad". Algo de cochambre sí que tiene, pero es del propio tiempo contenido, si recuerda cómo era Sevilla hace cuarenta y más años. Pero qué diferente es pasear, mirar, respirar por aquí. Vaya y hágalo. No sea que rompa el tiempo cualquier día y se lo lleve todo.

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