Cultura

Manzanares hizo el toreo

No pudo empezar con peor pie la última corrida de mínimo relumbrón de este lamentable ciclo primaveral que encara hoy su recta final con ese café para los muy cafeteros que -quién sabe- aún podría deparar sorpresas.

el 16 sep 2009 / 02:07 h.

No pudo empezar con peor pie la última corrida de mínimo relumbrón de este lamentable ciclo primaveral que encara hoy su recta final con ese café para los muy cafeteros que -quién sabe- aún podría deparar sorpresas. Definitivamente vencida la feria, el público tuvo que ver como se devolvía -absolutamente inválido- el primero de la tarde, del hierro titular de Torrealta. Pertenecía su lidia y muerte a El Fandi, que tuvo que pechar con el sobrero de Gavira a sabiendas de que el panorama no era de lo más esperanzador.

Variado y solvente con el capote, eficaz en la brega, consoló al sufrido público con un notable tercio de banderillas resuelto con un gran par en los medios y dos pares consecutivos -llevando los cuatro palos en las manos- al violín y corriendo hacia atrás para clavar perdiendo un rehilete. Inválido como el titular devuelto, el sobrero se aplomó desde el primer momento, quedándose debajo del engaño de puro flojo hasta el punto de echarse agonizante para no levantarse más. Los gritos de ¡fuera, fuera! eran, cuando menos, más que compresibles. No había acabado ahí el infortunio del granadino, que volvió a intentarlo todo con el cuarto, un toro que había quedado absolutamente desrriñonado tras un fuerte volantín y que, para rizar el rizo, se rompió una pata en la faena de muleta. El Fandi ni se lo creía.

Y en estas estábamos cuando el segundo, otro torrealta moribundo, que tuvo que ser sustitído por el segundo sobrero reseñado, un imponente ejemplar de El Serrano con seiscientos kilos en los lomos que tiró al picador de su montura casi sin despeinarse. Pero el toro hacía sus cositas buenas en la lidia y se movió con cierta nobleza en el segundo tercio. Apercibido de ello, Manzanares no dudó ni un segundo. Dos excelentes muletazos revelaron el toreo luminoso del alicantino y la templada y despaciosa embestida del animal, que necesitaba de mucho pulso para no acabar rodando por el suelo. Así lo entendió Manzanares, que lo toreó al ralentí, pura cadencia, en tres soberanos derechazos resueltos con un ajustado trincherazo que aún cosió a dos excelentes muletazos ligados a un cambio de mano eterno al que, todavía, siguió un excelso pase de pecho.

Más a cuentagotas, el trasteo no tuvo el mismo hilo por el pitón izquierdo anunque un larguísimo, casi circular, pase por alto le devolvió la tensión a la faena para volver a la mano derecha. Aún hubo muletazos despaciosos, pulseando la embestida claudicante del toro de El Serrano, al que se le estaba acabando el gas. El espadazo que le recetó el alicantino fue suficiente y la oreja, sin clamor en los tendidos, de verdadero peso.

Salió arreado a despachar al quinto, dispuesto a amarrar su particular Feria de Abril. Plantado en los medios sin preámbulos, sorteó el puñado de violentas embestidas que le brindó el único torrealta que mató sin volver la cara. Pero el toro sólo acometía apoyado en el genio y se fue achantando hasta aplomarse y defenderse. Se había acabado. Con tres orejas cortadas, Manzanares se marcha de Sevilla el primero en el marcador.

Otro que volvía a la Maestranza después de haber desorejado a un docilísimo toro por partida doble era el desconcertante extremeño Alejandro Talavante. Si en su primera comparecencia sorprendió a propios y extraños con una nueva revelación de su toreo, ésta vez volvió a dejar el ruedo sembrado de dudas. Dócil y soso, a su primero lo pasó en la muleta sin plantear el hilo del trasteo, sin probaturas, sin nudo ni desenlace. Los muletazos se sucedían desvahídos, sin argumento, sin vertebrar en torno a una estructura definida. Idéntica y preocupante impresión volvió a dejar con el sexto de la tarde, un precioso y terciado sardo que llegó a la muleta un punto descompuesto pero obedeciendo siempre a su matador, que volvió a perderse en ese toreo sin hilo que no podía tapar los defectos a ese toro que para no faltar a sus hermanos también se acabó parando.

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