Cultura

Manzanares mantiene su primacía a pesar de los ‘parladés’

el 07 ago 2010 / 20:49 h.

El levantazo de libro azotaba las banderolas de la vieja plaza real  en una tarde de extraña e inesperada ruina en la taquilla. Sorprendió la corta media plaza con un cartel que reunía a tres matadores de lo más granado del escalafón que a la postre se tuvieron que enfrentar a un encierro podrido y anovillado de Parladé. Pero la piedra vacía ganaba a las localidades cubiertas. Debe ser cosas de la crisis o que hay que replantearse las bases de este negocio que anda metido en el ojo del huracán informativo.

El caso es que el vendaval seguía sin amainar cuando El Cid tomó la muleta para trastear al primero de la tarde, un animal flojo y terciado que hizo algo de hilo en el último tercio. Manuel nunca se encontró a gusto con él ni llegó a confiarse por completo en un trasteo falto de hilván y argumentos sólidos al que no le faltó el cariño del público. El cuarto fue otro inválido esmirriado  que mostró buen tono en banderillas. Hubo un trazo aceptable en los primeros muletazos pero al toro, pese a su bondad, le faltó motor para mantener el pulso de una faena intermitente en la que hubo más planteamiento que nudo y desenlace a pesar de la sobredosis final. Otra vez será.

Manzanares se mueve por El Puerto como por el patio de su casa. Se estiró a la verónica recibiendo al abanto segundo, un animal algo violento y un punto rajado en la brega que protestó demasiado en la muleta. El alicantino quiso imprimir siempre ese toreo de ritmo y compás que le ha convertido en uno de los primeros actores de la campaña pero las  condiciones del toro, costándole un mundo seguir la muleta, estropearon el preciosista y oportuno pasodoble que atacaba la banda: Suspiros de España. La estocada, contundente, puso en sus manos una oreja que añade poco a su brillante hoja de servicios.

El personal protestó la cansina salida del quinto de la tarde, otro toro anovillado y sin pilas que mostró codicia en el capote y puso en apuros a Trujillo en el segundo tercio. Entre el viento, las pocas fuerzas del ejemplar de Parladé y el signo irreversible que había tomado la tarde, Manzanares no pudo pasar de apuntar algunos retazos de su clase en el primer tramo de la faena: bellísimos esbozos de ese toreo sinfónico y expresivo que no tuvo enemigo delante. Pero la música, Opera Flamenca ésta vez, arrancó despúes de una serie armónica y bien trazada que sería el preludio de un trasteo salpicado de chispazos de genialidad, algo discontinuo, pero enhebrado en la majestuosa clase del diestro alicantino, que se inventó el toro cuando nadie daba un duro por sus paupérrims fuerzas. El milagro había surgido y el trasteo fue ganando en intensidad a la vez que avanzaba su metraje hasta ser coronado por una sensacional estocada que puso en sus manos dos orejas aclamadas.

Perera llegaba lanzado a la plaza del Puerto pero anduvo escaso de material. Templadísimo en los lances -más al delantal que a la verónica- con los que saludó al tercero, el extremeño tuvo que recurrir a las distancias cortas después de comprobar su escasísimo recorrido. Calentó el cotarro enroscándoselo a la cintura pero aunque el sexto, el más serio y codicioso, parecía esconder más fondo, la faena transcurrió de más a menos mientras el toro no paraba de protestar. Con o sin puerta grande, a la tarde le faltó contenido.

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