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Mujer y soldado en el XVIII

Una cordobesa disfrazada de hombre estuvo cinco años en la Marina

el 10 abr 2010 / 19:25 h.

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Una soldado de la Armada.

Hace ahora 21 años que el Gobierno facilitó la plena incorporación de la mujer a las Fuerzas Armadas y la Guardia Civil. Sin embargo, y aún de forma irregular, la Historia tiene ejemplos previos de mujeres que vistieron el uniforme, como Catalina de Erauso, la Monja Alférez. El Ministerio de Defensa acaba de rescatar la memoria de otra de aquellas pioneras, andaluza de Aguilar de la Frontera (Córdoba), que en 1793 se incorporó a la Infantería de Marina. Ana María de Soto, con apenas 16 años, guardó los vestidos, se convirtió en hombre por la gracia de un pantalón y un corte de pelo y así, convertida en el joven campesino Antonio de Soto, dejó su casa y entró al servicio de la Armada del siglo XVIII.

Los archivos militares descubren a una mujer que, "movida por el afán de ver mundo", se marchó de su localidad, tierra adentro, y se fue a buscar un mar absolutamente desconocido y ajeno. Sin que su familia supiera su paradero, cogió el petate y se marchó a San Fernando (Cádiz), capital del departamento marítimo en el sur. El 26 de junio de 1793 ingresó en la Infantería de Marina, en la 6 Compañía del 11 Batallón de las tropas de Marina. Su primera formación le sirvió para aprender a hacer guardias, rendir honores y combatir tanto en el mar como en tierra. Sin esa preparación no podía enrolarse en un barco. Cinco meses duraron las clases y en enero del año siguiente, Ana embarcó en la fragata Mercedes, de 32 cañones.

En combate. Dice el registro que en aquel tiempo, mientras se afanaba en que no se desvelara su identidad, combatió en Bañuls, en el sitio de Rosas, en un combate naval en San Vicente. El 1 de febrero de 1797, se trasladó con sus compañeros desde Cartagena a Cádiz, arropando con su buque al mítico Santísima Trinidad, de 130 cañones, la joya de la Armada, el Escorial de los mares, con el teniente general Córdoba al frente. La joven cordobesa formaba parte de la vanguardia de una Armada gloriosa en declive -pasó de 500 buques a principios del siglo XVIII a apenas 63 a finales de esa centuria-, y aquel episodio le permitió conocer de cerca la lucha sangrienta y la derrota que supone el repliegue. Ese mismo año, en verano, Ana-Antonio tuvo que guerrerar en aguas de Cádiz defendiendo la costa ante los ingleses, entre los que estaba el recién ascendido contralmirante Nelson. Ni los refuerzos ni las 136 lanchas cañoneras españolas salvaron del asedio, durísimo, pero que Nelson y los suyos acabaron por relajar. Fue entonces cuando la soldado regresó a su tarea de guardias y vigilancias, ahora en la fragata Matilde. Su rutina se rompió para siempre el 7 de julio de 1798 cuando, en un reconocimiento médico, se descubrió que el fiero marino era una mujer. Tuvo que intervenir hasta el general de escuadra Mazarredo, un héroe que quedó sorprendido en extremo de la jugada de la cordobesa. Ana María, ya nunca más Antonio, tuvo que desembarcar y abandonar la Armada tras cinco años de servicios, pero lo hizo entre la admiración de sus colegas. Un texto de 1898 recoge un documento en el que se da fe de cómo el Rey (Carlos IV) fue informado del caso y, "enterado de la heroicidad de esta mujer, la acrisolada conducta y singulares costumbres con que se ha comportado durante el tiempo de sus apreciables servicios, ha venido en concederle dos reales de vellón diarios por vía de pensión y, al mismo tiempo, que en los trajes propios de su sexo pueda usar los colores del uniforme de Marina como distintivo militar...". La orden le concedía, además, el rango de sargento "para que pueda atender a sus padres". Un honor, sí, pero con todo el lastre de los convencionalismos de la época.

Olvido. La Armada, desvelado el secreto de la joven, no quiso dejarla sola en tierra hasta que sus padres, Tomás y Gertrudis, fueron informados de que su hija seguía con vida y acudieron a recogerla a San Fernando. Dicen los anexos militares que, falto de recursos como estaba, el matrimonio cordobés tuvo que pedir limosna para completar el viaje hasta tierras gaditanas. Muy escasos son los datos conocidos sobre los años posteriores a aquella salida indeseada del ejército. Los archivos apuntan a que en 1809 y 1813 -un periodo marcado por la guerra contra las tropas napoleónicas- la valerosa soldado tuvo que reclamar su pensión, porque Hacienda no se la estaba pagando. Eran años en los que las tropas españolas se pasaban meses sin cobrar, ante el declive imparable de un país a años luz del imperio pasado. Finalmente, en 1819, a Ana María le retiraron un estanco que regentaba en Montilla, porque no podía tener dos sueldos. Y ahí finaliza su rastro, la historia inacabada de una andaluza pionera en las Fuerzas Armadas.

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