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Mujeres y cosas

La noticia de que una discoteca de Granada ha subastado a niñas menores para que niños también menores pudieran pujar con billetes de monopoly como reclamo publicitario, se ha extendido como la pólvora y ha suscitado todo tipo de protestas, así como la intervención de la fiscalía y también de la Consejería de Igualdad...

el 16 sep 2009 / 02:28 h.

La noticia de que una discoteca de Granada ha subastado a niñas menores para que niños también menores pudieran pujar con billetes de monopoly como reclamo publicitario, se ha extendido como la pólvora y ha suscitado todo tipo de protestas, así como la intervención de la fiscalía y también de la Consejería de Igualdad. Este caso no es más que una muestra, realmente escandalosa, de lo que está pasando en los locales nocturnos. En no pocos de ellos las chicas no pagan para entrar o se les facilitan las bebidas gratuitamente; en casi todos no se les controla en la entrada mientras que a los chicos se les somete al tercer grado para supervisar su vestimenta y su aspecto, a fin de cuidar la imagen del negocio. Y así, mientras que durante el día nos debatimos en la dura conquista de los derechos de las mujeres en iguales condiciones que los hombres, cuando cae la noche se apagan las luces de la igualdad, se desvanece la dignidad como valor colectivo y surgen los demonios de la dominación.

De la dominación, en este caso, de los que tienen el poder económico para imponer su ley, que no es otra que la de ganar dinero a costa de lo que sea. Y curiosamente bajo la escasa luz del ocaso, todas y todos nos volvemos visibles, aflora ante los avezados ojos de los porteros el sexo de la clientela, mujeres y hombres, la clase social de los que quieren acceder, su economía, su procedencia. Por eso son más visibilizados a esa hora las personas de piel oscura, o a las de menores recursos, las que no pueden esconder su "inferior condición" bajo ropa de marca: para detenerlos ahí, en el umbral de la felicidad. Así, cuanta diferencia se ha querido superar en aras de la ansiada igualdad durante el día, se muestra con toda su crudeza a la tenue luz de la noche.

A primera vista se podría pensar que estamos ante nuevas manifestaciones de discriminación de las personas en función de su sexo, clase o color de piel; y algo de ello hay. Pero en lo que concierne a las chicas la situación es aún más grave, pues a ellas se les trata como 'cosas', es decir, "objetos inanimados por oposición a ser viviente", según señala el Diccionario de la RAE. Ellas no cuentan como seres humanos, sino como objetos del deseo que debe ser explotado, carecen de individualidad en cuanto integran una categoría de fungibles en la que son perfectamente sustituibles unas por otras, claro está siempre que lleven minifalda o pantalones que no permitan ni siquiera sentarse.

Junto al precio de la bebida o al mobiliario del local están estas chicas que pueden servir perfectamente de maniquíes en un escenario, donde los que observan son los hombres. Aunque, para desgracia de esta sociedad, la cosificación de las mujeres es una práctica más extendida que lo que pudiéramos pensar. A poco que nos detengamos en reflexionar, podremos comprobar cómo ello sucede en la publicidad, en la que el cuerpo femenino se utiliza para excitar todos los instintos necesarios para convertirnos en ávidos consumidores. Lo podemos comprobar también en muchos comercios, en los que las dependientas son chicas jóvenes y bellas. Siempre jóvenes con independencia de la vida que tenga el negocio; no cumplen años, pues la sustitución de unas por otras permite mantener la lozanía de las dependientas. Esta sociedad, que se precia de contar con una Ley Integral contra Violencia de Género, con la Ley de Igualdad Efectiva de Mujeres y Hombres, parece que todavía no ha insuflado el alma a todas sus mujeres como para que dejen de ser cosas.

Rosario Valpuesta es catedrática de Derecho Civil de la Pablo de Olavide

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