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Neoliberal anquilosamiento

Hemos de reconocer que la expresión "bancos zombies", referida a instituciones de crédito descapitalizadas y atiborradas de activos desvalorizados que siguen funcionando únicamente en virtud al apoyo de los gobiernos, ha dado plenamente en el blanco...

el 16 sep 2009 / 03:34 h.

Hemos de reconocer que la expresión "bancos zombies", referida a instituciones de crédito descapitalizadas y atiborradas de activos desvalorizados que siguen funcionando únicamente en virtud al apoyo de los gobiernos, ha dado plenamente en el blanco. No obstante, existe todo otro conjunto de instituciones que han venido jaleando y pavimentando el camino hacia la debacle económico-financiera actual que también merecen denominarse como zombies. E s el caso de los think tanks neoliberales y de los partidos políticos que se nutren de la producción de aquellos. Su tamaño e influencia, como el de los bancos, habían llegado a ser tan desmesurados que se niegan a aceptar que sus premisas ideológicas han sido refutadas brutalmente por los hechos y que les toca cambiar de disco.

Digámoslo una vez más: esta crisis no hubiese estallado si el sector público, en manos de demagogos e iluminados neoliberales (¿de qué otra llamarlos vista la magnitud del descosido?), no hubiera hecho poco a poco dejación de su función de regulador del sector financiero, comenzando por EEUU y el Reino Unido pero siguiendo, a diferentes ritmos, en toda la UE. Así pues, la culpa la tiene no el gobierno sino el desgobierno de finales del siglo pasado, vendido como bendición. Y de hecho fue una bendición, pero sólo para algunos: para ex ministros, ex presidentes y ex gobernadores de bancos centrales (y aquí no hay que irse a EEUU para encontrar ejemplos) a los que se premió con contratos de estrellas deportivas en entidades financieras y en monopolios públicos privatizados.

Así pues, a la vista de los hechos, lo que se pretendía vender como más libertad de mercado ha sido, en la mayoría de los casos, simplemente el ofrecer más oportunidades de cabildeo político y de hacer la vista gorda frente al fraude fiscal. La solución obvia es dar la vuelta a esta situación, lo cual reconocía el comunicado final del último G-20: un fortalecimiento de la regulación y de la supervisión que promueva el decoro, la integridad y la transparencia, ya que, como decía Amartya Sen en uno de los diagnósticos más certeros que he escuchado, "hay gente que piensa que la búsqueda del beneficio es la única clave del éxito de la economía de mercado, pero eso nunca ha sido así. La economía de mercado necesita confianza mutua, y cuando ésta se destruye, como estamos viendo ahora, es muy difícil regenerarla".

Sin embargo, sorprendentemente, este asunto de la regeneración del sistema financiero sólo figura a pie de página en la agenda de la derecha reaganiana europea y española. Su programa sigue, al modo de los zombies, aferrándose al mismo recetario de hace 15 años como si nada hubiese ocurrido: bajadas de impuestos, reforma del mercado laboral, privatizaciones. Si se me apura, la única admisión de culpa es tácita y consiste, como se sabe, en evitar entrar en detalles sobre qué gastos deberían ser recortados y cómo deberían ser las reformas.

Desde luego, la corrección del rumbo no se producirá hasta que la gente haga saber a los gobernantes lo que opina de la predisposición ante la crisis de cada opción política vía voto. Porque en definitiva son los que votan, más que el ruido de los que protestan, los que pueden cambiar las cosas. Aunque sólo sea por eso, los resultados globales de las elecciones europeas serán importantes: serán la gran prueba de resistencia del zombie neoliberal.

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