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No se fían

De todas las explicaciones que hemos escuchado o leído sobre las causas y orígenes de la crisis que estamos padeciendo, la más comúnmente repetida ha sido aquella que atribuía a los bancos el síndrome de la desconfianza mutua. No se prestaban dinero entre ellos, porque no se fiaban unos de otros.

el 15 sep 2009 / 17:00 h.

De todas las explicaciones que hemos escuchado o leído sobre las causas y orígenes de la crisis que estamos padeciendo, la más comúnmente repetida ha sido aquella que atribuía a los bancos el síndrome de la desconfianza mutua. No se prestaban dinero entre ellos, porque no se fiaban unos de otros. Lo que nunca nos dijeron claramente fueron las razones que tenían para no fiarse. Aquellos que se dedican al mismo negocio, basado en la confianza, deciden de pronto que la confianza se ha quebrado y que su dinero no se lo presta al banco de al lado, porque no se fían.

Si el banco X no se fía del banco Y, será porque existen razones fundadas para que esa desconfianza se produzca. Resulta que el banco Y es depositario de fondos que los particulares hemos entregado en un acto de buena fe y de confianza, pero si resulta que, los que más saben del funcionamiento del negocio financiero, le retiran la confianza, los que sabemos menos o prácticamente nada nos encontramos en una crisis de fe que nos paraliza y acongoja. ¿Qué hacer con nuestro dinero? ¿Lo dejamos donde está o lo depositamos en otro sitio? ¿Y en qué sitio? Hemos quedado que ningún banco se fía de ninguno. ¿Dónde acudir?

Afortunadamente, y como casi siempre, los gobiernos, los pérfidos gobiernos, han acudido en ayuda de los ciudadanos y han intentado poner las cosas en sus sitio. Parece que después de las últimas medidas adoptadas por la Unión Europea, la confianza ha renacido y las preguntas pueden quedar respondidas. Todo el mundo tranquilo, que el Gobierno garantiza sus ahorros y avala las operaciones interbancarias y entre bancos y clientes. La opinión de la calle se serena, aunque siguen flotando en el aire algunos interrogantes que nadie es capaz de responder: ¿Dónde está el dinero que la banca exhibió con tanto desparpajo en los años buenos? Los accionistas de esos bancos ¿van a sufrir merma en su cuenta de resultados por la mala gestión desarrollada por sus ejecutivos?

Parecería lógico que el Gobierno descontara, de las ayudas que piensa adoptar, los beneficios que esos bancos van a dejar de perder como consecuencia de la inyección de dinero de los contribuyentes. Si no hubiera habido intervención gubernamental, la caída en picado que se avecinaba en el sector financiero hubiera sido antológica y las acciones se hubieran devaluado en un porcentaje considerable.

No sería descabellado pedir que el Gobierno llevara una doble contabilidad: una para que, con las ayudas, parezca que no ha pasado nada y todo vuelva a ser como antes y otra para que, a pesar de las ayudas, el precio de las acciones de esos bancos a los que se ayuda, se paguen al accionista al valor que hubieran tenido si no se hubiera solventado la situación con dinero de todos. Los directivos y accionistas de esas entidades deben saber que los desastres que ellos han creado no les deben salir gratis; de lo contrario, dentro de un tiempo, cuando las cosas vuelvan a estar negras, bastará con que los bancos dejen de confiar en ellos, para que los gobiernos vuelvan a utilizar los remanentes públicos y restablecer la confianza.

De cualquier forma, lo que está ocurriendo tranquiliza, pero menos; los gobiernos se han reunido y nos han anunciado las medidas que han adoptado para superar la crisis. Cualquier médico sabe que curar una enfermedad atacando sólo los síntomas no deja de ser "pan para hoy y hambre para mañana". Utilizar métodos para eliminar la fiebre no es eliminar las causas que la producen; sencillamente se quitan los síntomas, pero no se acierta con el diagnóstico. Las medidas gubernamentales es posible y deseable que eliminen los síntomas de la crisis, pero seguimos sin que nadie nos dé una explicación racional de las causas que han producido la enfermedad.

No es extraño, entonces, que los síntomas vuelvan a aparecer dentro de un período más o menos corto, porque nadie nos dijo qué había provocado el caos. Se sigue ignorando que en este inicio de siglo XXI se está produciendo un fenómeno parecido al que ocurrió a mediados del siglo XIX, cuando la economía dejó de depender del sector agrario para hacerlo del sector industrial. Aquel proceso fue menos traumático puesto que duró la friolera de ciento cincuenta años.

En ese tramo temporal hubo escépticos que se negaban a reconocer que el valor de la tierra pasaba a ocupar un segundo plano y que la máquina iba ganado posiciones y prometía alterarlo todo, como así ocurrió. Quienes lo vieron primero se alzaron con el "santo y seña" del progreso y del desarrollo; quienes dudaron o se resistieron, comprobaron los esfuerzos que tuvieron que hacer para engancharse a una locomotora (la sociedad emergente industrial), que iba embalada y que no esperaba a nadie.

Hoy está ocurriendo el mismo fenómeno; la industria tradicional está dejando paso a una sociedad de servicios, donde la inteligencia, el conocimiento y la imaginación se han convertido en la materia prima del desarrollo y del progreso; la diferencia es que, este proceso de cambio de la sociedad industrial a la sociedad postindustrial, no va a durar tanto como duró el paso de la sociedad agraria a la de la máquina. Es un proceso de cambio vertiginoso, sin avisos previos y traicioneros.

Con la que está cayendo, que nadie espere que el ladrillo vuelva a meternos en una época de esplendor. Ya se ha visto que el ladrillo no soluciona nada; pero mientras se siga creyendo que conceder avales, para que los jóvenes tengan una casa, sea más importante que conceder avales para que desarrollen sus suelos innovadores en la sociedad digital, habremos tratado los síntomas, pero la crisis volverá a hacer acto de presencia, porque no fuimos capaces de descubrir las causas que provocaron esos síntomas.

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